TEETETO
(2ªPARTE)
[HOME]
SÓCRATES.-Bien dicho. Sin embargo ese fue el objeto inicial de nuestro diálogo, porque no era nuestra pretensión descubrir lo que no es la ciencia, sino precisamente lo que es. Con todo. hemos dado un buen avance al no tener que buscarla enteramente en la sensación sino en ese acto cualquiera que sea, por medio del cual se aplica el alma por sí misma a la consideración de los seres.
TEETETO.-El acto a que tú te refieres, Sócrates, recibe, a mi entender, el nombre de juicio.
SÓCRATES.-Piensas rectamente, querido amigo. Y ahora considera la cuestión desde el principio y, sobre todo, si borrado lo anterior de la memoria percibes con algo más de claridad en la situación actual a que has llegado. Contéstame una vez más; dime, pues, qué es la ciencia.
TEETETO.-Sería imposible afirmar, Sócrates, que la ciencia es toda clase de opinión. Sabemos, ciertamente, que también hay opiniones falsas. Cabría aventurar que solo la opinión verdadera constituye la ciencia, y he aquí ya mi personal contestación. Mas si en el desarrollo de nuestro razonamiento se modificase esta tesis, intentaremos darle otro giro adecuado.
SÓCRATES.-Así, y con esa buena disposición Teeteto, es preciso responder a mis preguntas. No, por ejemplo, con la vacilación que mostrabas al principio. Si actuamos de tal manera, una de estas dos cosas puede ocurrir: o bien encontramos lo que pretendemos, o no creeremos estar en posesión de un saber que de ningún modo poseemos. Esta última ganancia tampoco sería desdeñable. Vengamos, por tanto, a tu respuesta. Si realmente existen dos formas de opinión, una verdadera y otra falsa, ¿consideras tú, en efecto, que la opinión verdadera es ciencia?
TEETETO.-Desde luego; y eso es, por lo pronto. lo que ahora me parece a mí.
SÓCRATEs.-¿Admitirás, sin embargo, que volvamos a tocar un punto en esta cuestión?
TEETETO.-Tú dirás cuál es.
SOCRÁTES.-Una cósá me conturba todavía, que ya me llenó de preocupación en otras ocasiones. Me veo en la gran dificultad de no saber decir respecto de mí mismo y respecto de otro en qué consiste ese estado de alma que nos afecta y de qué modo se produce.
TEETETO.-¿A qué te refieres ?
SÓCRATES.-Me-refiero concretamente a la opinión falsa. A pesar de todas las consideraciones, dudo todavía ahora si nos convendrá darla de lado o examinarla de manera distinta a como lo hemos hecho.
TEETETO.-¿Qué duda hemos de tener, Sócrates, si este examen nos parece necesario? Porque, justamente, cuando hace poco hablabais Teodoro y tú sin acritud alguna acerca
del ocio, manifestabais que en tales circunstancias ninguna necesidad os apremiaba.
SÓCRATES.-Bien está que me recuerdes esto. Pues posiblemente no se encuentra fuera de propósito el que volvamos de nuevo sobre nuestros pasos. Mejor será obtener alguna conclusión, por pequeña que sea, que tratar de muchas cosas y no ver claro en ninguna de ellas.
TEETETO.-¿Qué quieres decir?
SÓCRATES.-Vayamos, claramente, al meollo de la cuestión. Cada vez que hablamos de opinión falsa y afirmamos que alguno de nosotros enjuicia erróneamente, en tanto otro lo hace rectamente;¿consideramos esta distinción como algo natural?
TEETETO.-Dices verdad.
SÓCRATES.-¿No se repite en este caso la disyuntiva que se nos presenta en todo momento y que no es otra que la del saber o no saber. Dejo ya a un lado por ahora, como cosa intermedia entre ambos estados, el hecho de aprender y olvidar, que no viene a cuento en esta ocasión.
TEETETO.-Verdad es, Sócrates, que se da esa disyuntiva en todo momento y que nada más queda por aclarar.
SÓCRATEs.-Entonces, y por necesidad, todo juicio habrá de versar sobre lo que sabe o no sabe el que lo forma.
TEETETO.-No cabe duda.
SÓCRATES.-Porque es imposible, tanto no saber lo que se sabe como saber lo que no se sabe.
TEETETO.-¿Cómo no va a serlo?
SÓCRATES.-¿No ocurrirá en la opinión falsa que se tomen cosas que se saben, no por lo que realmente son, sino por otras cosas que también se saben, con lo cual conociendo unas y otras lo que se hace es desconocerlas.
TEETETO.-Lo juzgo imposible. Sócrates.
SÓCRATES.-¿Admitirias, pues, que se tomen cosas que se saben por otras que no se saben, o lo que es lo mismo, que si no se conoce a Teeteto y a Sócrates pueda llegar a pensarse que Sócrates es Teeteto, o Teeteto Sócrates?
TEETETo.-De ningún modo
SóCRATES.-Por tanto, lo que se sabe no puede tomarse por lo que no se sabe, ni tampoco lo que no se sabe por lo que se sabe.
TEETETO.-Eso seria algo monstruoso.
SÓCRATES.-¿Cómo, pues, podía formarse la opinión falsa? Sí no es de acuerdo con lo dicho, resulta imposible que se produzca una opinión, ya que, de todas las cosas, sabemos o no sabemos, y en estas circunstancias no parece posible de ningún modo la opinión falsa.
TEETETO.-No veo nada más verdadero.
SÓCRATES.-¿Será entonces que no consideramos debidamente lo que buscamos, esto es, que nos refiramos a la disyuntiva entre saber y no-saber en vez de prestar atención al ser y al no-ser?
TEETETO.-¿Cómo dices?
SÓCRATEs.-Una explicación muy sencilla podría ser esta: la de que, en cualquier caso. La opinión que afirma lo que no es tiene que ser una opinión falsa, sea quien sea el que la forje.
TEETETO.-Eso parece verosímil, Sócrates.
SÓCRATES.-¿Qué es lo que contestaríamos, Teeteto, a quien nos pusiese la objeción siguiente: «¿Y es realmente posible para alguien, hasta el punto de que podamos admitir que haya un hombre que-afirme lo que no es, ya refiriéndose a determinado ser:,ya hablando de modo absoluto?» Nosotros, a mi juicio. tendríamos que contestarle de esta manera: «Sí, naturalmente, si este hombre lo cree así, ; y lo que él cree no es verdadero. Porque,¿qué otra cosa podríamos decir?
TEETETO.-Tal habría de ser nuestra contestación
SÓCRATEs.-¿Se da algún otro caso en que ocurra lo mismo?
TEETETO.-Tú dirás.
SÓCRATEs.-Por ejemplo, cuando se ve algo. sin que realmente se vea nada.
TEETETO.-¿Cómo es eso?
SÓCRATES.-Ciertamente, quien ve algo, ve , en verdad, algo-que es. ¿O piensas acaso que lo uno puede incluirse entre las cosas que no son?
TEETETO.- Yo, desde luego, no.
SÓCRATES.-Admitido, por tanto, que el que ye algo, ve realmente algo que es.
TEETETO.-Así parece.
SÓCRATES.-Y el que oye algo, oye también algo que realmente es.
TEETETO.-En efecto.
SÓCRATES.-Del mismo modo, el que toca ,una cosa, toca una cosa que es, en tanto se
ofrece una.
TEETETO.-Sin duda
SÓCRATES.-Y el que aventura una opinión, ¿no piensa así mismo sobre algo?
TEETETO.-Por necesidad.
SÓCRATES.-El que opina sobre algo, ¿está claro que opinará sobre algo que es?
TEETETO.-Estoy de acuerdo contigo.
SÓCRATES.-El que opina sobre lo que no es, no emite juicio sobre nada.
TEETETo.-Es evidente.
SÓCRATES.-Pero el que no emite juicio sobre nada, cierto que no opina en absoluto.
TEETETo.-Parece manifiesto.
SÓCRATES.-No es posible, por tanto, opinar sobre lo que no es, ya refiriéndose a un determinado ser, ya de manera absoluta.
TEETETo.-Desde luego.
SÓCRATES.-Así, pues, una cosa es opinar erróneamente y otra muy distinta opinar sobre lo que no es.
TEETETO.-Sí, parece algo diferente.
SÓCRATES.-No es entonces de la manera que decimos, y ni siquiera en la forma que considerábamos hace un momento, cómo se establece en nosotros la opinión falsa.
TEETETO.-Claro que no.
SÓCRATEs.-¿Crees, pues, que se establecerá de este otro modo lo que ahora estamos nombrando?
TEETETo.-¿De qué modo?
SÓCRATES.-Consideramos en verdad como falsa,.y en tono de desprecio, la opinión del que, confundiendo mentalmente un ser con otro, afirma la realidad del uno en vez de la del otro. Al hacer esto, opina justamente sobre algo, pero su opinión recae indebidamente sobre un determinado ser. He aquí la fuente del error y a lo que, con toda razón, se denomina opinión falsa.
TEETETO.-Me parece que has dicho ahora una gran verdad. Cuando alguien estima, en efecto, que algo es feo, siendo en realidad bello, o que algo es bello, siendo ciertamente feo, entonces comete un verdadero error.
SÓCRATES.-Bien se ve ya, Teeteto, que muestras desdén hacia mí y que no me temes ni un poco.
TEETETO.-Explícate mejor.
SÓCRATES.-Pienso que, en tu opinión, ese verdadero error» de que hablas no quedará sin objeción por mi parte, esto es, sin que yo te pregunte si lo que es rápido puede realizarse lentamente, o lo ligero pesadamente, y del mismo modo, cualquier otro contrario; no, por tanto, siguiendo su propia naturaleza, sino la contraria, que es la opuesta a la propia. Pero dejaré esto a un lado para que no pongas a prueba tu ánimo inútilmente. Ahora bien:¿te satisface, como dices, que la opinión falsa se considere como un engaño?
TEETETo.-A mí, al menos, claro que me satisface.
SÓCRATES.-Entonces, según tu opinión, resulta posible tomar en el pensamiento una cosa por otra que no existe
TETETO.-Naturalmente.
SÓCRATES.-Pero el pensamiento que así actúa, ¿no tendrá necesidad de pensar ambas cosas, o bien una u otra?
TEETETO.-Desde luego, tendrá que pensar ambas cosas, bien juntamente, bien una después de otra.
SÓCRATES.-Muy bien dicho. Pero ¿coincidiremos tú y yo en dar al pensar el mismo nombre?
TEETETO.-¿Y a qué llamas tú pensar?.
SÓCRATES.-Para mi, el pensar es una especie de discurso que desarrolla el alma en sí misma acerca de las cosas que examina. Te doy a conocer esta opinión mía como si fueses un hombre ignorante. Así se me aparece el alma en el acto de pensar: esto y no otra cosa es el diálogo o las preguntas y respuestas que el alma se dirige a sí misma, unas veces afirmando y otras negando. Mas cuando ha encontrado una explicación precisa, bien porque haya usado de un razonamiento lento, bien porque haya procedido con toda rapidez, entonces mantiene tajante su afirmación y aleja de sí la incertidumbre alcanzando así eso que nosotros llamamos opinión. Entiéndase, pues, que el acto de opinar es para mí como un discurso, y la opinión, ese mismo discurso que se expresa, no ante otro y de manera oral, sino en silencio y ante sí mismo. ¿Coincides conmigo?
TEETETO.-Digo lo mismo.
SÓCRRATES.-Todo aquel que toma una cosa por otra afirma, pues, para sí mismo, según parece, que una y otra cosa difieren en nada.
TEETETO.-¿Qué quieres decir?
SÓCRATES.-Haz un poco de memoria, Teeteto, y examina si te has preguntado a ti mismo, con toda seguridad, que lo bello es feo, o lo injusto, justo. O considera también, cuestión verdaderamente capital, si has procurado persuadirte a ti mismo de que, casi con toda certeza, lo uno es realmente lo otro. Pues yo pienso que, por el contrario, no has intentado decirte nunca, ni aun en sueños, que, sin discusión alguna, los números impares sean pares o cosas por el estilo de estas.
TEETETO.-No vas descaminado, Sócrates.
SÓCRATEs.-¿Podrías creer que algún otro hombre, en su sano juicio o en estado de locura, se atreviese a decirse en serio o siquiera a tratar de persuadirse a sí mismo que, por necesidad, un buey es un caballo o que el dos es uno?
TEETETO.-¡Por Zeus!, que no lo creería.
SÓCRATES.--Por consiguiente, si el dialogar consigo mismo es sinónimo de juzgar, nadie que hable y opine de lo uno y de lo otro teniendo además a su alma en contacto con ambos, podrá decir y juzgar que lo uno es lo otro. Preciso que me concedas lo que acabo de exponer, con lo que quiero afirmar que nadie opina que lo bello es es feo u otras cosas por el estilo.
TEETETO.-Estoy de acuerdo contigo, Sócrates. y a mí me parece que es verdad lo que dices.
SÓCRATES.-Resulta, pues, imposible que al opinar sobre dos cosas se piense que una de ellas es la otra.
TEETETO.-Eso parece.
SÓCRATES.-Por tanto, limitándose solo a opinar sobre una cosa, y absteniéndose de hacerlo respecto de otra, no se producirá nunca esa confusión de que hablamos.
TEETETO.-Estás en lo cierto. Y de ese modo el alma misma vendría obligada a acercarse a aquello de lo que no tiene opinión
SÓCRATES.-No cabe, pues, engañarse, tanto en la opinión que versa sobre lo uno y lo otro, como en lo que se refiere a una sola cosa. De tal manera que quien la opinión falsa como el juicio que toma una cosa por otra, no diría nada de provecho. Porque ni de este modo, ni según lo dicho anteriormente, se aparece y adquiere cuerpo en nosotros la llamada opinión falsa
TEETETO.-Parece que no.
SÓCRATES.-Sin embargo, Teeteto. en el caso de que esto no sea posible, nos veremos obligados a reconocer muchas cosas absurdas.
TEETETO.-¿Y cuáles son?
SÓCRATES.-No quiero anticipártelas ante de haber finalizado mis observaciones Me avergonzaría realmente de que esta confusión nuestra nos forzase a aceptar lo que antes afirmo. Pero si efectuamos este descubrimiento. y nos liberamos de ella, entonces si que podremos hablar de este mal como sufrido por otros, una vez relevados de caer en el ridículo. Porque me supongo que, si permanecemos en ese estado de apuro y envilecidos de tal modo, ofreceremos la ocasión de que nos ataque la náusea y seremos pisoteados y maltratados a placer. Mas escucha, querido, que aún encuentro una salida en este atolladero.
TEETETO.-Dímela sin más rodeos.
SÓCRATES,-Diré simplemente que no hemos tenido razón en nuestras afirmaciones, ya que es imposible tomar lo que se sabe por lo que no se sabe y ser así víctima del engaño. Si bien de algún modo es ello factible.
TEETETO.-¿Querrás referirte a lo que yo ya sospechaba, cuando explicábamos que podría ocurrir de esta manera, es decir, que, cual acontece en el caso de Sócrates, a quien conozco, vea yo de lejos a un hombre al que no conozco y lo asocie mentalmente con ese Sócrates que me es conocido? En tal circunstancia, las cosas tienen lugar de manera semejante a como tú dices.
SÓCRATES.-No quedaba descartado este ejemplo que hace que, de lo que sabemos, tengamos a la vez un no-saber.
TEETETO.-Muy bien dicho .
SÓCRATES.-Pero no creamos que con esto se resuelve la cuestión. Posiblemente encontraremos una solución que nos convenga, aunque quizá también nos ofrezca otras dificultades. Porque en la situación actual necesitaremos retorcer todos los argumentos para ver lo que dan de sí. Considera, pues, lo que ahora diré: ¿es posib1e que si no sabemos una cosa lleguemos más tarde a aprenderla?
TEETETO.-Desde luego .
SÓCRATES.-¿Y también que este aprendizaje continúe sin descanso?
TEETETO·-¿Por qué no?
SÓCRATES.-Concédeme, para seguir mejor el razonamiento, que exista en nuestras almas una cera apta para recibir impresiones, en unos más abundante y en otros en cantidad menor; .Concédeme que esta cera sea en unos más pura, en otroa más impura, y en algunos todavía más dura o mas blanda, o moderadamente participe de estos estados.
TEETETO.-Por mi parte, concedido.
SÓCRATES.-Afirmaremos naturalmente que este es un don de la madre de las Musas,
Mnemosyne,ya que para esto, cuanto deseamos recordar de todo lo que hemos visto, escuchado o pensado, viene a modelarse en nosotros, como señal de anillos, que imprimiésemos en nuestro ser, en esa cera que ofrecemos a las sensaciones y a los pensamientos. Lo que se imprima en nosotros, eso sí que podrá ser recordado y conocido mientras persista su imagen; en cambio. lo que se borre o no logre una buena impresión, eso será olvidado y desconocido en adelante.
TEETETO.-Lo damos por bueno.
SÓCRATES.-Todo aquel, pues, que posee un conocimiento de tal naturaleza, al considerar alguno de los objetos que ve o escucha, tendrá que comprobar si puede darse en él, de algún modo, esa opinión falsa de que hablamos.
TEETETO.-¿Qué quieres decir?
SÓCRATES.-Digo si será capaz de hermanar lo que sabe, tanto con lo que de cierto sabe como con lo que no sabe. Todo esto es lo que, en el razonamiento anterior, no nos hemos atrevido a declarar imposible.
TEETETO.-¿Y cómo planteas ahora la cuestión?
SÓCRATES.-Convendrá expresarse de este modo y delimitar los siguientes casos: el del que sabe porque tiene recuerdo de ello en el alma, aunque no posea ya la sensación, caso en el que, tomar una cosa por esa otra de la que se tiene impresión, pero no la sensación, es imposible. O el del que sabe y confunde lo que sabe con lo que no sabe y con lo que no ha dejado en él impronta alguna; o el del que no sabe y se mantiene en esa tesis; o el del que no sabe y crea que sabe. En el campo de la sensación ocurriría lo mismo si se confunde algo de lo que se tiene sensación actua1mente con otra cosa que también se percibe; o si se toma lo que ahora se percibe por algo que no se percibe, o lo que no se percibe por otra cosa que tampoco se percibe, o incluso lo que no se percibe por algo de lo que tenemos sensación. Pero hay algo todavía más imposible: confundir lo que se sabe y de lo que se tiene sensación actual e impronta ajustada a ella, con alguna otra cosa que también se sabe y de la que, igualmente, se tiene sensación e impronta adecuada. Y resulta así mismo imposible de confundir lo que se sabe y de lo que se tiene sensación y un recuerdo fiel, con algo que ya se conoce; o lo que se sabe y se confirma sensitivamente, con algo que no se sabe; o lo que no sabe ni se aprecia por la sensación, con lo que no se sabe ni se percibe; o lo que no se sabe ni se percibe, con lo que no se sabe; o, en fin, lo que no se sabe ni se percibe, con lo que no se percibe. En todos estos casos parece de todo punto imposible formular una opinión falsa. Queda por considerar esos otros casos en los que podría producirse, si realmente hay lugar para que se produzca.
TEETETO.-¿Y cuales son esos casos? Porque así a1canzaría yo un conocimiento mayor que, ciertamente, no he podido todavía obtener.
SÓCRATES.-Me refiero a aquellos casos en los que se forja la confusión entre cosas que se sabe y de las que se tiene sensación; o a aquellos otros en que se confunde lo que se sabe con lo que no se sabe, pero, en cambio, se percibe; o a la situación que se produce cuando se toman unas cosas que se saben y de las que se tiene sensación por otras que también se saben y de las que, igualmente, se tiene sensación.
TEETETO.-Ahora estoy aún más abrumado que hace un momento.
SÓCRATES.-Escucha, pues, de nuevo mis palabras y muestra atención a lo que vaya decir. Sé, desde luego, quien es Teodoro y está claro en mi memoria su recuerdo; otro tanto puedo afirmar de Teeteto. Ahora bien: ¿no es evidente que porque les vea unas veces y otras no, porque les toque unas veces y otras no, o porque les escuche o tenga de ellos alguna otra sensación, o incluso porque no adquiera de ninguno de los dos sensación alguna, mi recuerdo o mi conocimiento de vosotros no habrá de disminuir?
TEETETO.-En efecto.
SÓCRATES.-Pues esto es, precisamente, lo que e yo deseaba aclararte: que resulta imposible, que de cosas que se sabe, no tener sensación actual, y que también resulta posible
tenerla.
TEETETO.-Indudablemente.
SÓCRATES.-¿Y no ocurre muchas veces que de cosas que no se sabe no hay siquiera sensación actual, y otras veces solo esta sensación? .
TEETETO.-Así es.
SÓCRATES.-Comprueba, pues, si puedes seguir ahora con más facilidad el razonamiento. Supón que Sócrates conoce a Teodoro y Teeteto, aunque no ve ni a uno ni a otro, ni tiene de ellos sensación alguna actual, ¿va por eso a creer en su interior que Teeteto es Teodoro? ¿Digo algo o no digo nada?
TEETETO.-Sí, dices la verdad.
SÓCRATES.-Ten en cuenta, ciertamente, que este era el primero de los casos a que yo me, refería.
TEETETO.-Lo era no cabe duda.
SÓCRATEs.-Pues aquí tienes el segundo: si conozco a uno de vosotros, pero no conozco al otro, ni tengo sensación alguna de ambos, es claro que no podré confundir nunca al que. conozco con el que no conozco.
TEEETO.- Naturalmente.
SÓCRATES.-Y a continuación expondré el tercero: si no conozco ni tengo sensación alguna de ninguno de los dos, no podré confundir, en ningún momento, al que me es conocido con aquel otro que me resulta desconocido. Pues bien: piensa que llegan de nuevo a tus oídos los casos precedentes, ya en su conjunto, ya de manera sucesiva; piensa que en ellos no habré, de formular opinión alguna falsa, tanto sobre ti como sobre Teodoro, y ya os conozca o desconozca a ambos, o conozca tan solo a uno y al otro no. Considera, según esto, las sensaciones, si tienes capacidad para seguirme.
TEETETO.- Te seguiré.
SÓCRATES.-Nos queda todavía ese otro caso en el que pueda juzgarse erróneamente conociéndoos a ambos, a ti y a Teodoro. No hay duda de que yo tengo vuestras improntas, como verdaderas señales de los dos, en esa cera de, que hablábamos. Al veros de lejos y de manera insuficiente, hago un esfuerzo por refrendar la señal propia de cada uno a la sensación visual que experimento y procuro ajustar esta última a su primitiva huella, a fin de que de este modo se verifique el reconocimiento. Pero en seguida algo falla aquí y, al igual que, gentes que se calzasen al revés, cambio de sitios las cosas y aplico la sensación visual del uno a la huella que poseo del otro; o se dan en mi esos fenómenos que se producen en los espejos, trasladando a la izquierda lo que está a la derecha y cayendo en el error consiguiente. Es entonces cuando se toma realmente, una cosa por otra y se origina la opinión falsa.
TEETETO.-Así parece, Socrates, y debo decir que describes a las mil maravillas ese estado que afecta a la opinión.
SÓCRATES.-Podría referirme todavía a otro caso en el que, conociendo a ambos, tuviese, además de este conocimiento, la sensación actual del uno, pero no la del otro, originándose por ello un conocimiento del primero que no va de acuerdo con la sensación que experimento. Este es el caso que ya te he expuesto antes pero que tú no has llegado a comprender.
TEETETO.-Desde luego.
SÓCRATES.-Esto, ciertamente, es lo que yo venia a decir: que si se conoce a uno y se tiene de él sensación actual, de tal manera que conocimiento y sensación coincidan, nunca podrá confúndirse con algún otro que también se conoce y del que se tiene no solo conocimiento, sino incluso sensación acorde, como en el ejemplo anterior. ¿No te parece?
TEETETO.-En efecto.
SÓCRATES.-Quedaba, pues, por resolver ese caso que mentábamos y en el que, según declamas, la opinión falsa viene originada por el hecho de que se conoce a ambos y se ve también a ambos, o se tiene de uno y de otro sensación distinta, sin que, por otra parte, las huellas correspondientes se hallen acordes con cada sensación. Es como si se actuase con un mal arquero que tirase fuera del blanco y, naturalmente, fallase; porque lo que llamamos error no constituye en realidad otra cosa.
TEETETO.-Al menos, es verosímil.
SÓCRATES.-Porque pongámonos en la coyuntura de que a una de las huellas se ap1ica la sensación actual, pero a la otra no, y añadamos que la huella que carece de sensación se hace adaptar a la sensación actual. No hay duda de que el pensamiento que entonces se forme será totalmente falso. Y queda dicho con ello que en relación con lo que nunca se conoció ni percibió, no es posible, al parecer, que se produzca error u opinión falsa, cuando menos si decimos ahora algo en nuestros cabales. Nuestra opinión se extravía y da vueltas innecesarias, haciéndose falsa y verdadera, en todo aquello que conocemos y percibimos, y, así, se adapta entera y abiertamente la huella con la impresión actual, será sin duda verdadera; pero si lo hace de manera oblicua y torcida surgirá pronto el error.
TEETETO.-¿Y no es hermoso lo que dices, Sócrates?
SÓCRATES.-Pues aún tendrás que escuchar algo más para que vaya en aumento tu admiración. Porque es bella la opinión verdadera, pero es vergonzosa, en cambio, la opinión falsa.
TEETETo.-¿Cómo no?
SÓCRATEs.-Ambas, según dicen, tienen el siguiente origen. Cuando la cera que existe en un alma es profunda, abundante, lisa y en medida adecuada, todo aquello que llega a ella procedente de las sensaciones se fija en este «corazón del alma, denominado así por Homero para mostrar su semejanza con la cera, y produce en ellas señales puras y suficientemente profundas, que alcanzan larga duración. Los que reciben tales huellas tienen, en primer lugar, más facilidad para aprender. y en segundo lugar, más capacidad de retención; por otra parte, no alejan las huellas de las sensaciones, sino que, por el contrario, procuran una opinión verdadera. Por la claridad y amplitud que ofrecen estas huellas, las refieren inmediatamente a las impresiones que les son propias y que reciben el nombre de seres; y no es extraño, pues, que también ellos reciban el nombre de sabios. ¿O no es ese tu parecer?
TEETETO.-Me parece que lo has expresado maravillosamente.
SÓCRATES.-Algunos, sin embargo, poseerán un corazón velludo, como cantó nuestro gran poeta, y otros un corazón lleno de suciedad y de cera impura, o acaso demasiado húmedo o demasiado seco. Los que tengan el corazón húmedo, dispondrán de facilidad para aprender aunque también olviden fácilmente; los que alimenten un corazón seco, reunirán cualidades inversas. En aquellos de corazón velludo y áspero, semejante a una piedra, debido a 1a mezcla de tierra y de suciedad que les llena, las huellas adolecen de falta de claridad, circunstancia que también alcanza a los corazones secos, carentes de profundidad. Lo mismo diremos de los corazones húmedos, pues en estos las huellas se confunden y se hacen oscuras rápidamente. Si, por otra parte, se precipitan unas sobre otras a causa de la falta de espacio, sea, por ejemplo, porque esta pequeña alma resulte efectivamente reducida, aún esas huellas serán menos claras que cualesquiera otras. He aquí, por tanto, un esquema de los hombres que pueden juzgar erróneamente. Cuando ven, o escuchan, o piensan algo, no son capaces de atribuirle en seguida la señal que corresponde, y al contrario, se muestran lentos, verifican falsas aseveraciones y ven, escuchan y consideran mal la mayoría de las cosas. De estos hombres se dice con razón que forjan ideas falsas acerca de los seres y que son ignorantes.
TEETETO.-Hablas con una precisión increíble, SÓcrates.
SÓCRATEs.-¿Diremos, pues, que se producen en nosotros opiniones falsas?
TEETETo.-Desde luego.
SÓCRATES.-¿Y que también se producen opiniones verdaderas?
TEETETO.-No hay motivo para dudarlo.
SÓCRATEs.-¿Admitimos ya como cosa suficientemente probada y verídica la existencia de esas dos clases de opiniones?
TEETETO.-Sí, como cosa maravillosamente cierta.
SÓCRATES.-Terrible, Teeteto, y verdaderamente terrible y antipático un hombre que se comporta como un charlatán.
TEETETO.-¿Y qué quieres decir con eso? ¿A qué te refieres en realidad?
SÓCRATES.-Puedes creer que siento aversión hacia esta torpeza y charlatanería que se ha apoderado de mí. Porque ¿qué otro nombre convendría a quien vapulea de tal modo los argumentos y no puede verse libre de su característica lentitud? ¿No está claro que permanece inseparab1e de sus propias razones?
TEETETO.-Bien, ¿y qué motivo te impulsa a ti a ese enojo?
SÓCRATES.-No es solo disgusto lo que siento, sino también temor de que tenga que contestar a preguntas como esta: «¿No has dado ya, Sócrates, con la opinión falsa, que no se encuentra en las relaciones que mantienen entre si las sensaciones, ni tampoco en los pensamientos, sino más bien en la conjunción de sensación y .pensamiento?. Sí, debería responder, jactándome de haber hecho, con tu ayuda, un descubrimiento hermoso.
TEETETO.-A mí me parece, Sócrates, que no es nada despreciable lo que ahora se ha demostrado.
SÓCRATES.-«¿Dices, pues –añadirán-, que ese hombre al que solo consideramos reflexivamente, pero sin verlo, no podrá ser confundido nunca con un caballo al que tampoco vemos y tocamos, pero sí concebimos mentalmente sin, hacer uso de 1a sensación?» Pienso, naturalmente, que también habría de mostrarme conforme con esto.
TEETETO.- Y harías lo que debes.
SÓCRATES.-Pero vendría a renglón seguido esta nueva pregunta: «¿Podrá, según esto,: confundirse el número once que solo es objeto de pensamiento, con otro número como ,el doce que tiene solo existencia mental? Ea, contesta como es debido
TEETETO.-Yo contestaré por ti y diré: si se consideran por la vista o por el tacto; cualquiera puede confundir once con doce; sin embargo, si once y doce revisten únicamente existencia mental, no se producirá nunca una confusión de tal naturaleza.
SÓCRATES.-Pues qué, ¿piensas que ocurriría lo mismo con el cinco y con el siete?, Y no me refiero a la consideración de cinco y de siete hombres u otra cosa parecida. Hablo del cinco y del siete, que en, calidad de recuerdos, se hallan fijos en esa cera que recibe las impresiones y que, de ninguna manera, podrían producir opiniones falsas. ¿Creerías acaso que si alguien considerase esta cuestión y, se formulase a sí mismo preguntas sobre la cantidad del siete y del cinco se atrevería a decir en un caso que suman once, y desde otro punto de vista que suman doce, o bien afirmaría y pensaría, todo el mundo que siete y cinco son doce?
TEETETO.-No, ¡por Zeus!, pues hay muchos dicen que son once. El error será mayor, desde luego, cuanto más grande sea el número a considerar. Porque pienso, claro es, que deseas referirte a toda clase de números.
SÓCRATES.-Y piensas rectamente. Medita entonces si no se producirá aquí una confusión; esto es, si no se tomará por once el doce impreso en la cera.
TEETETO.-Así parece, al menos
SÓCRATES.-¿Y no volvemos, de este modo, sobre nuestros primeros pasos? porque el que esto experimenta confunde lo que sabe con otra cosa que sabe, lo cual, según dijimos, resulta imposible. Por esta razón nos veíamos forzados a desaprobar la opinión falsa, a fin de no vincular en una misma persona y sobre un mismo objeto saber y no-saber.
TEETETO.-Muy bien dicho.
SÓCRATES.-Lo que .convendrá descubrir en la opinión falsa es algo más que una diferencia. entre el pensamiento y la sensación. Si las cosas ocurriesen así, nunca podríamos errar
en nuestros pensamientos. Ahora bien disyuntiva es clara: o no se da en modo alguno la opinión falsa, o es posib1e no saber lo que se sabe. ¿Cuál de estas dos afirmaciones escoges?
TEETETO.-Dificil me parece la elección.
SÓCRATES.-Y, sin embargo, la lógica no permite que subsistan ambas. No obstante, y puesto que todo hay que intentarlo-, ¿que ocurriría si obrásemos desvergonzadamente?
TEETETo.-¿Cómo?
SÓCRATES.-Aviniéndonos a decir qué cosa en realidad es el saber.
TEETETO.-¿Y qué hay en esto de vergonzoso?
SÓCRATES.-Parece que no te has dado cuenta de que toda nuestra investigación, ya desde el principio, ha versado sobre la ciencia, pero como si no supiésemos lo que verdaderamente es.
TEETETO.-Sí, me doy perfecta cuenta.
SÓCRATES.-¿No te parece, pues, que sobrepasa las fronteras del pudor el hecho de que, sin saber nada de la ciencia, tratemos de demostrar precisamente qué cosa es el saber? Realmente, Teeteto, hace ya tiempo que abundamos en una dialéctica inadecuada. Innumerables veces habremos dicho que «conocemos» y no conocemos», «que sabemos y «no sabemos, no de otro modo que si nos comprendiésemos el uno al otro cuando todavía desconocemos lo que es la ciencia. Si tú lo quieres así, aún en el momento presente habremos hecho uso del "ignorar" y del «comprender, como adecuado a unos hombres que poseen la ciencia.
TEETETO.-¿Y cómo podrías dialogar, Sócrates, si prescindieses de todo esto?
SÓCRATES.-De ninguna manera, tal como soy, pero de muchas, en verdad, si fuese un sofista. Supón que un hombre de esta condición se encontrase ahora presente; diría que prescindía de todas esas cosas y, además, me reprendería vivamente por lo que yo afirmo. Pues bien: ya que no somos más que unos pobres hombres, ¿quieres que aventure una opinión sobre lo que es el saber? A mi me parece que algo provechoso conseguiríamos.
TEETETO.-Puedes correr ese riesgo, ¡por Zeus! Porque si no logras dejar a un lado esos términos, tendrás desde luego mil perdones.
SÓCRATES.-¿Has prestado atención ahora a la definición del saber?
TEETETO.-Posiblemcnte, pero en este momento no podría recordada.
SÓCRATES.-Dicen que es lo mismo que detentar la ciencia.
TEETETO.- Y no se equivocan.
SÓCRATES.-Procedamos nosotros a un pequeño cambio y digamos que es la posesión de la ciencia.
TEETETo.-¿Cuál será, a tu juicio, la diferencia entre una y otra definición?
SÓCRATES.-Quizá no exista diferencia alguna. Pero antes de realizar su examen creo que deberás enterarte de mi pensamiento.
TEETETO.- Y así lo haré, si soy capaz de ello.
SÓCRATES -Por mi parte, entiendo que poseer no es lo mismo que tener. De quien haya adquirido un vestido y, aun siendo dueño de él, no lo l1eve encima, no diremos en realidad que lo tiene, sino que lo posee.
TEETETO.-Naturalmente.
SÓCRATES.-Considera, pues, si habrá posibilidad de poseer la ciencia sin tenerla. Ocurriría como en el caso de los pájaros agrestes, palomas, u otros por el estilo, a los que, después de haberles dado caza, se les construyese en casa un palomar donde pudiesen recibir el alimento. Cabria afirmar entonces que de algún modo tenemos siempre, porque al fin y al cabo les poseemos. ¿O no es así?
TEETETO.-En efecto.
SÓCRATES.-Pero podríamos decir también en otro sentido que no tenemos a ninguno. Dispondríamos si acaso de cada uno de ellos en cuanto les retuviésemos en las manos dentro de un recinto propio: nada nos impediría tomar1es y tenerles a discreción, haciéndonos con ellos cuando quisiésemos y soltándoles más tarde, operación que se repetiría tantas veces como lo deseásemos.
TEETETO.-Así es.
SÓCRATEs.-De nuevo, y al igual que en esa cera modelada anteriormente por nosotros en las almas, aunque de una manera incierta, preparamos ahora un palomar que contenga pájaros de todas clases: unos, en grupos perfectamente diferenciados: otros, en pequeños grupos, y aun una tercera clase de pájaros aislados, que vuelen a su antojo a través de todos los demás.
TEETETO.-Demos la cosa por hecha. Pero ¿qué sucederá entonces?
SÓCRATES.- Tratándose de niños, preciso será decir que este receptáculo se encuentra vacío y que, en lugar de pájaros habrá que alojar ciencias. La ciencia que, una vez adquirida, es encerrada en este recinto, parece que uno mismo la ha aprendido o, al menos, que ha descubierto el objeto del que ella es ciencia. En esto precisamente consiste el saber.
TEETETO -No lo dudo.
SÓCRATES.-Ahora habría que considerar a cual de estas ciencias agradaría la caza, esa acción de tomar y detentar, y de soltar la presa de nuevo. Mira, pues, qué nombres convendrá. dar a todo esto, y si hemos de repetir los que adoptábamos en el momento de la adquisición o, por el contrario, hemos de usar de otros. Desde aquí, la comprensión de lo que digo te resultará mucho más fácil. Por ello desearía preguntarte: ¿crees realmente que la aritmética es un arte?
TEETETO.-Sí.
SÓCRATES.-Concíbela entonces como una caza de las demás ciencias en todo el dominio de lo par y de lo impar.
TEETETO.-Así la concibo.
SÓCRATES.-Pienso además que para este arte habrá que tener a mano las ciencias de los números y hallarse en condiciones de poderlas transmitir.
TEETETO.-En efecto.
SÓCRATES.-Bien; pues ten por sabido que para nosotros transmitir es lo mismo que enseñar, tomar es lo mismo que aprender y tener como posesión en el palomar de que hablamos es cosa idéntica a saber.
TEETETO.-Lo doy por sabido.
SÓCRATES.-Entonces convendrá que prestes atención a lo que voy decir. ¿Podrá acontecer que un perfecto matemático no conozca todos los números? Porque no hay duda que existe en su alma ciencia de todos los números.
TEETETO.-Explícate mejor
SÓCRATES.-Ese hombre al que me refiero puede contar para sí dichos números o numerar todos los objetos de fuera que tengan cantidad definida.
TEETETo.-¿Cómo no?
SÓCRATES.-Ahora bien: contar no es otra cosa que considerar cuál es el número realmente existente.
TEETETO.-Claro que sí.
SÓCRATES.-Por consiguiente, lo que ese hombre sabe parece que no deberá tenerse en cuenta, y eso que admitíamos su conocimiento de todos los números. Entenderás fácilmente todas estas dificultades.
TEETETO.-No lo dudes.
SÓCRATES.-Representémonos, pues, de nuevo la posesión y la caza de las palomas y digamos que se produce ahí una doble caza: la una, anterior a la posesión y movida por ella; la otra, por el poseedor que desea tomar y tener en las manos lo que posee ya hace tiempo. De igual modo, ¿no podrá decirse de las ciencias poseídas y aprendidas hace tiempo que es necesario aprenderlas otra vez al objeto de recobrarlas una a una, y así mismo detentar lo que ya era poseído, aunque no estuviese al alcance del pensamiento?
TEETETO.-Naturalmente.
SÓCRATES.-Esto era lo que yo cuestionaba poco ha: ¿de qué nombres habremos de usar
cuando debamos referimos al aritmético que se dedica a contar los números o al gramático que procura la lectura pública? ¿Tendremos que afirmar que en tales circunstancias estos hombres se ponen en condiciones de aprender por si mismos lo que ya saben?.
TEETETO.-Parecería extraño, Sócrates.
SÓCRATEs.-¿Diremos entonces que uno y otro desconocen lo que han de leer y contar a pesar de haberles concedido el saber de todas las letras y de todos los números?
TEETETO.-Eso carecería de lógica
SÓCRATEs.-¿Darás por bueno acaso el que a nosotros nos tiene sin cuidado todo lo referente a los hombres supuesto que venga alguno que maltrate el saber y el aprender? Porque realmente, hemos precisado que una cosa es poseer la ciencia y otra detentarla, y que es imposible no ser dueño de lo que se posee. De tal modo es así, que no puede ocurrir nunca que no se sepa lo que se sabe, aunque acerca de ello, quepa formular una opinión falsa. Lo que sí parece indudable es que en vez de una ciencia podrá poseerse otra, cuando en el despliegue de la caza se alcance equivocadamente una ciencia en vez de otra. Es el caso que aducíamos del once que semejaba doce, por haber tomado en esa caza la ciencia del once en lugar de la ciencia del doce, no de otra manera que si cazásemos una paloma torcaz en lugar de una paloma.
TEETETO.- Tienes razón.
SÓCRATES.-En cambio, cuando se consigue lo que se deseaba obtener, entonces no cabe. ya el equívoco y se forja la opinión sobre cosas reales. ¿No ha de admitirse, pues, que se dan la opinión verdadera y la opinión fa1sa, y que todo lo que antes nos enojaba, nada queda que nos ofrezca resistencia? Posiblemente, estarás de acuerdo conmigo, porque, si no es así, ¿qué es lo que puedes objetar?
TEETETO.-Apruebo todo lo que dices.
SÓCRATES.-Nos hemos liberado ya de ese no saber lo que se sabe. Porque de ningún modo l1egamos a afirmar que no se posee lo que se posee, sea esto falso o no lo sea. Pero más temería que se nos presentase de improviso una consecuencia que ya preveo.
TEETETO.-¿Y cuál es?
SÓCRATES.-Supón que de un trueque de ciencias pudiese originarse la opinión falsa.
TEETETO.-¿Cómo?
SÓCRATES.-Admite por un momento que de un objeto del que se tiene ciencia hay también desconocimiento, pero no por el hecho de que se le ignore, sino en virtud de la ciencia que de él se posee; admite además que en el acto del juicio confundes un objeto con otro. ¿Cómo no ha de ser absurdo que poseyendo un alma la ciencia nada conozca en realidad y, si lo ignore todo? Si nos mantenemos en esta tesis, nada impide que la ignorancia haga conocer que la ceguera haga ver, ya que la misma ciencia no tiene otro objeto que el de producir la ignorancia.
TEETETO.-Quizá lo que haya ocurrido, Sócrates, es que con nuestros pájaros hemos representado tan solo ciencias, cuando hubiera convenido contar con otras tantas no-ciencias que, reunidas con aquellas, volasen juntas a través del alma. Si así fuese, el cazador podría dar alcance tanto a una ciencia como a una no-ciencia de un mismo objeto, y como es natural, estaría en condiciones de opinar verdaderamente en el primer caso y falsamente en el segundo.
SÓCRATES.-No sería fácil, Teeteto, regatearte la alabanza. Sin embargo, deberás considerar de nuevo lo que ahora has dicho., Demos por hecho que todo ocurriese de ese modo, es claro que quien alcanzase la no-ciencia, como tu dices, emitiría juicios falsos. ¿No es eso?
TEETETO.-Sí.
SÓCRATES.-Por supuesto que no creería que juzga falsamente.
TEETETO.-¿Y cómo iba a creerlo?
SÓCRATEs.-Estimaría, por el contrario, que juzga verdaderamente y mostraría en este caso la misma disposición del que sabe acerca de cosas que ciertamente no sabe.
TEETETO.-¿Qué es lo que dices?
SÓCRATEs.-Pensaría, no hay duda, que la caza obtenida es ciencia y no lo que en realidad
es, no-ciencia.
TEETETO.- Efectivamente.
SÓCRATES.-Henos aquí, pues, luego de un largo recorrido, con la misma dificultad con que al principio tropezábamos. Nuestro contradictor tendrá motivo para reír y seguramente dirá:«¿Es acaso posible, queridos amigos que conociendo una y otra, ciencia y no-ciencia, tomar cualquiera de ellas, que ciertamente se sabe, por otra que no se sabe? ¿O puede admitirse que no sabiendo ni una ni otra se tome la ciencia o no-ciencia que no se sabe por otra que tampoco se sabe? ¿O si se sabe una de ellas y la otra no, tomar la que se sabe por la que no se sabe? ¿O confundir tal vez la que no se sabe con la que se sabe? ¿O me argüiréis por vuestra parte que hay otras ciencias de las ciencias y de las no-ciencias, cuyo posesor las tiene encerradas en unos risibles palomares o en unas figuras de cera, de modo que, mientras las posee, disfruta del conocimiento de el1as, aunque no estén a su alcance en el alma? ¿Y permitiréis que os obliguen a dar vueltas. Y más vueltas en torno de lo mismo, sin obtener resultado alguno?») ¿Qué contestaremos a esto, Teeteto?
TEETETO.-¡Por Zeus!, Sócrates, yo al menos no .encuentro contestación adecuada .
SÓCRATES.-¿Y no será, hijo mío, que la razón nos reprende y nos demuestra que buscamos indebidamente la opinión falsa antes de procuramos la ciencia y sin tenerla en cuenta para nada? Porque resulta imposible conocer bien aquella sin un conocimiento preciso de lo que realmente es la ciencia.
TEETETO.-En esta ocasión, Sócrates, nos será necesario pensar como tú dices.
SÓCRATES.-¿Cuál deberá ser entonces nuestra opinión acerca de la ciencia, tomando las cosas otra vez desde el principio? Porque no creo que vayamos a prescindir de la cuestión.
TEETETO.-De ninguna manera, siempre que tú no renuncies a ella.
SÓCRATES.-Dinos, pues, cómo podremos definirla mejor sin que la contradicción nos afecte para nada.
TEETETO.-Creo realmente, Sócrates, que antes nos encontrábamos en el buen camino y que no debemos acudir a otro.
SÓCRATES.-¿A cuál te refieres?
TEETETO.-Quiero decir que la opinión verdadera es la ciencia. Y consideraremos infalible el juicio verdadero, y hermoso y bueno todo lo que el engendra.
SÓCRATES.-El que nos mostraba el camino hacia el río, Teeteto, solía decir: «Bien podremos verlo cuando lleguemos a él.Si, pues, proseguimos nuestra investigación y no detenemos la marcha, quizá venga a nuestro encuentro y se haga manifiesto lo que ahora buscamos. Pero nada conseguiríamos si no damos un paso adelante.
TEETETO.-Estás en lo cierto. Caminemos y sigamos con nuestras observaciones.
SÓCRATES.-Con todo, detengámonos un momento, porque todo un arte podrá mostrarte que la ciencia no eso.
TEETETO.-¿Cómo? ¿Y de qué arte se trata?
SÓCRATES.-Es, ni mas ni menos, el arte de los grandes maestros; esto es, de los llamados oradores y abogados forenses. La técnica de la persuasión que les es propia no la obtienen desde luego por la enseñanza, sino produciendo las opiniones que ellos desean. ¿O piensas que existen maestros con tanta destreza que, sin haber testificado un robo de dinero o cualquier otra violencia, puedan en un abrir y cerrar de ojos aprender suficientemente la verdad de los hechos.
TEETETO.-No lo creo de ningún modo aunque quizá pueda convencérseles de ello.
SÓCRATES.-¿Y ese convencimiento al que tú te refieres no consistirá en llevar a su ánimo
una determinada opinión?
TEETETO.-¿Qué es lo que dices?
SÓCRATES.-¿No es verdad que cuando los jueces se convencen plenamente acerca de determinados hechos por el testimonio de un solo testigo, prescindiendo ya de todos los demás, juzgan únicamente de oído y adoptan esa opinión como verdadera, sin consideración a la ciencia que encierre su juicio, pero estimando recto su convencimiento, ya que pronunciaron una sentencia justa?
TEETETO.-Completamente.
SÓCRATES.-Pues no es así, querido amigo; porque si,en los tribunales la
opinión verdadera coincidiese con la ciencia, nunca el juez más eminente
dictaría un recto juicio sin ciencia y ahora parece realmente que una y otra
son algo distinto.