En relación con el tema, planteado anteriormente, acerca de si los incontinentes obran con conocimiento o no, Aristóteles, distingue entre dos clases de saber:
Poseer conocimiento de algo, y, sin embargo, aún sabiendo que se hace el mal, hacerlo.
Poseer conocimiento y no
    servirse de él correctamente por las circunstancias, como le ocurre a un
    borracho, o a un loco.
        Pues bien, según Aristóteles, esto último es lo
    que le sucede al que es  dominado por las pasiones como la de la
    incontinencia: los accesos de ira, los deseos sexuales y pasiones semejantes
    producen trastornos en el cuerpo que pueden llevar a la desmesura y a la
    perdida de la conciencia de la realidad. Es evidente, según Aristóteles,
    que los incontinentes se encuentran en una situación semejante. Por lo
    tanto, intentar hacer referencia al problema del conocimiento para explicar
    tales pasiones, no nos explica realmente nada.
        
   
Otra de las causas que explicarían, según Aristóteles, la
    existencia de la incontinencia estaría relacionada, según Aristóteles,
    con la existencia de LEYES DE LA NATURALEZA que llevan a establecer lo
    siguiente: por un lado, parece  natural aceptar, por ejemplo, que todo lo dulce es algo
    que debe gustarse. Ahora bien, si se establece una ley que nos prohíbe
    gustar todo lo que nos apetece y tiene que convivir con otra que nos dice
    que lo dulce es agradable, entonces se produce un choque entre nuestros
    deseos y una ley teórica que parece contradecirlos. La  ley nos dice que
    no debemos aceptar, sin más, todo aquello que nos guste; mientras que los  deseos nos
    empujan a lo contrario. Por lo tanto, señala Aristóteles, somos 
    incontinentes movidos en cierto modo por la  razón y la opinión. Ahora bien
    no es la opinión la que se opone a la razón sino los  deseos que nos
    impulsan a cuestionar tanto la  opinión que nos lleva a ver claro que no es
    bueno que debamos gustar de todo, como lo que establece la  recta razón que
    nos demuestra que tampoco debemos hacerlo. Lo que sucede es que los  deseos
    nos llevan a caer en impulsos que cuestionan nuestras opiniones y razones
    correctas.