TEETETO
(TERCERA PARTE)
[HOME]


TEETETO.-Recuerdo en este momento, Sócrates, algo que yo había oído decir y que mi memoria había olvidado. Se decía, en efecto, que la opinión verdadera acompañada de razón, constituye la ciencia, y que, así mismo, privada de razón, cae fuera de ella. y la cuestión se precisaba todavía más: se afirmaba que de todo aquello de lo que no hay razón no hay aprendizaje posible, cosa que sí puede ocurrir cuando la razón actúa.

SÓCRATES.-Tus palabras son hermosas. Pero convendría precisar cómo se establecían entonces esos objetos de ciencia y de no-ciencia por si tú y yo hemos escuchado el razonamiento de la manera que tú dices.

TEETETO.-No sé si podría dar con el camino. Ahora bien:, sí otro lo intentase, creo que llegaría a seguirle.

SÓCRATES.-Permíteme, pues, que sustituye un sueño por otro. Me parece haber oído a algunos que de lo que llamamos primeros elementos, y de los cuales cuales nosotros y todo lo que existe estamos compuestos, no puede ofrecerse razón alguna. Solo cabría nombrar a cada uno uno en sí y por sí mismo, sin posibilidad de decir nada más. No podría afirmarse que es o que no es, pues esto sería ya postular su ser o su no-ser; ni resultada licito añadirle nada, si solo y únicamente hablamos de él. Puesto que ni lo «mismo», ni «aquello», ni cada uno», ni «solo», ni «esto», puede atribuírsele con propiedad, ni otras denominaciones por el estilo. Todo lo que acaba de nombrarse ronda y se aplica a cuantas cosas existen y no deja de ser diferente a aquellos seres a los que se añade. Si fuese posible expresado en sí mismo y tuviese además su razón de ser, no cabe duda de que podría recibir su denominación sin que entrasen en cuenta todas las restantes determinaciones. Pero ahora es imposible que cualquiera de estos elementos tenga a su favor una razón, dado que solo hay un nombre que les alcanza. Si pasamos de ellos a sus compuestos veremos claramente que del mismo modo que se enlazan reúnen también sus nombres para dar una razón, la cual no es otra que el propio abrazo de los nombres. Podría ocurrir que los elementos fuesen irracionales e incognoscibles, pero aprehensibles por los sentidos; de lo que sí no cabe duda es de que sus sílabas serían cognoscibles, expresables y aptas para el juicio de una opinión verdadera. Por tanto, cuando alguien se forja una opinión verdadera de algo, aun sin llegar a intuir su razón, su alma vislumbra ya la verdad sobre esto pero no todavía su conocimiento. La persona que no puede dar ni recibir la razón de un objeto carece de ciencia de él, y aquella que en cambio le añade una razón posee todas las perfecciones y tiene además una ciencia cabal del objeto. ¿Es eso, o es, por el contrario, otra cosa lo que tú has visto en sueños?

TEETETO.-Es precisamente eso.

SÓCRATES.-¿Te satisface, pues, y le das su aprobación? Si así ocurre, la opinión verdadera acompañada de razón es ciencia.

TEETETO.-Ciertamente.

SÓCRATES.-¿Será entonces, Teeteto, que hemos descubierto en este momento lo que tanto sabios buscaron sin éxito ya desde antiguo, hasta envejecer en la empresa?

TEETETo.-A mi me parece, Sócrates, que está muy bien lo que ahora se ha dicho.

SÓCRATES.-Y verosímilmente, así será en realidad. Porque ¿quién podría poseer la ciencia si carece de razón y de opinión verdadera? Sin embargo, hay algo en todo lo dicho que no resulta de mi agrado.

TEETETO.-¿Y qué es?

SÓCRATES.-Lo que justamente pasaba por más ingenioso, a saber: que los elementos son algo incognoscible y que no lo es, en cambio, al género de las sílabas.

TEETETO.-¿No se dice con ello la verdad?

SÓCRATES.-Esto es lo que habrá que saber, a cuyo fin disponemos como garantía de los modelos mismos que hemos usado.

TEETETO.-¿Cuáles son esos modelos?

SÓCRATES.-Los elementos de las letras y las sílabas. ¿Piensas acaso que teníamos otra cosa ante la vista cuando afirmábamos lo anterior?

TEETETO.-No, de ningún modo.

SÓCRATES.-Pero habrá que comprobarlo, y, para ello nada mejor que considerar la cuestión de nuevo o tal vez a nosotros mismos, pues percibiremos o no de esta manera si tal fue nuestro aprendizaje de las letras. Preguntémonos, por tanto, en primer lugar: ¿es cierto que las sílabas tienen una razón de ser y que, en cambio, no la tienen los elementos?

TEETETO.-Quizá.

S6CRATES.-Esto es, por lo menos, lo que a mí me parece. Supón, por ejemplo, que se te preguntase acerca de la primera sílaba de Sócrates: «Teeteto, ¿dime que es SO ? ¿Qué contestarías?

TEETETo.-Un compuesto de S y de O.

SÓCRATES.-¿Y no das con esto la razón de la sílaba?

TEETETo.-Desde luego.

SÓCRATEs.-Bien; pues afirma del mismo modo la razón de la S.

TEETETO.-¿Y cómo al referirse a un elemento hablar de los elementos? Porque, a decir verdad, Sócrates, la S es una de las consonantes, algo así como un sonido inarticulado, una especie de silbido de la lengua. Mas la B no es ni un sonido ni un ruido, cual ocurre con la mayoría de los elementos. De modo que conviene considerarlos como irracionales, ya que, aun acudiendo a los más visibles, solo podrá mantenerse su sonido, pero no su razón.

SÓCRATES.-He aquí, querido amigo, lo que podemos establecer con seguridad acerca de la ciencia.

TEETETO.-Así parece.

SÓCRATES.-Pues qué, ¿hemos dejado ya debidamente demostrado que el elemento es incognoscible y que, en cambio, la sílaba es cognoscible?

TEETETO.-Probablemente.

SÓCRATES.-Veamos entonces: ¿decimos realmente que la sílaba son los dos elementos, o, caso de que haya más de dos, la totalidad de ellos, o que es más bien una forma única, resultado de su reunión?

TEETETO.-Me parece que, a nuestro juicio, es la reunión de todos ellos.

SÓCRATES.-Fíjate, si acaso, en estas dos letras, la S y la O. Ambas componen la primera sílaba de mi nombre. Es claro que quien conoce una de ellas no conoce las dos.

TEETETO.-¿Qué dices?

SÓCRATEs.-Digo que conoce la S y la O.

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-¿Qué ocurre, pues? ¿Desconoce acaso las dos letras tomadas separadamente y conociendo a ambas no conoce en verdad ni a una ni a otra?

TEETETO.-Extraño e ilógico resultaría, Sócrates.

SÓCRATES.-Sin embargo, si hay que conocer a esas dos letras separadamente para luego conocerlas a ambas, habrá que conocer de antemano y necesariamente los elementos, si se quiere estar en condiciones de conocer la sílaba. Esta es la hermosa razón que emprende la marcha y se nos escapa.

TEETETO.-Desde luego, y con buena velocidad.

SÓCRATES.-Sin duda, no hemos sabido guardarla bien. Quizá hubiera convenido postular como sílaba, no los elementos, sino una cierta forma salida de los elementos, esto es, algo que posee unidad formal y difiere de los elementos.

TEETETO.-Muy bien dicho. Y posiblemente, al hablar así, estás más cargado de razón.

SÓCRATES.-Eso es lo que habrá que considerar, pues no creo que convenga renunciar ignominiosamente a una grande y respetable razón.

TEETETO.-Claro que no.

SÓCRATES.-Demos por bueno lo que ahora afirmamos, a saber: que la sílaba es una forma única surgida de la reunión de los elementos. Tanto es así en lo que concierne a las letras como en todo lo demás.

TEETETO.-Efectivamente.

SÓCRATES.-No convendrá. por tanto. que pueda tener partes.

TEETETO.-Explícate mejor.

SÓCRATES.-Ya que hemos hablado de las partes, digamos que el todo es, por necesidad. la totalidad de las partes. ¿O es que esa totalidad a la que tú te refieres resulta una forma única, muy otra que la totalidad de las partes?

TEETETO.-Yo, por lo menos, así lo creo.

SÓCRATES.-¿Afirmarías la identidad de la suma y del todo o dirías quizá que son algo, diferente?

TEETETO.-No veo nada claro en este asunto; ahora bien: siguiendo tu consejo, procuraré contestar con buena voluntad. Me arriesgaré a decir que son algo diferente.

SÓCRATES.-El empeño que demuestras, Teeteto, es meritísimo. Falta por comprobar la bondad de la respuesta.

TEETETO.-Procedamos a ello.

SÓCRATES.-¿Afirma la razón que das la diferencia entre el todo y la suma?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-¿Que va a salir de aquí? Porque ¿es posible que sean diferentes la totalidad y ]a suma? Sea, por ejemplo, que digamos: uno, dos, tres, cuatro, cinco o seis o dos veces tres, o tres veces dos o cuatro y dos o tres y tres o cinco y uno, ¿Afirmamos lo mismo en estas expresiones o algo diferente en cada una de ellas?

TEETETO.-Lo mismo

SÓCRATES.-Esa mismidad es seis, ¿No es eso?

TEETETO.-Desde luego.

SÓCRATEs.-Bien; ¿y no era el seis el que hacía referencia a la suma en las expresiones antedichas?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Por tanto, ¿nada concreto decimos al hab1ar de la totalidad?

TEETETO.-Necesariamente.

SÓCRATES.-Pero ¿expresamos algo que no sea seis?

TEETETo.-Nada

SÓCRATES.-¿Es, pues, lo mismo, desde el punto de vista numérico, la suma y la totalidad?

TEETETO.-Asi parece.

SÓCRATES.-Apliquemos el razonamiento a lo que sigue:(son lo mismo el número del pletro y el propio pletro? Contesta

TEETETO.-Sí

SÓCRATES -¿Y diremos otro tanto del estadio?'.

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Entonces, lo mismo ocurrirá con el número del ejército y el ejército y con todas las cosas análogas. Porque su totalidad numérica es, en cada caso, la suma de sus elementos.

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Ese número, sin embargo. será algo diferente a las partes. ¿No lo crees así? 

TEETETO.-Creo que no es otra cosa.

SÓCRATES.-No hay duda de que cuanto se compone de partes está realmente constituido por ellas

TEETETO.-Así parece.

SÓCRATES.-Y que la totalidad de las partes constituye la suma es también cosa conocida, si la totalidad numérica ha de estimarse como una suma.

TEETETO.-Naturalmente.

SÓCRATES.-Pero el todo no está constituido de partes. Si así fuese, resultaría ser una suma. dado que contendría la totalidad de las partes.

TEETETO.-No parece que sea así.

SÓCRATES.-¿Y a qué otra cosa puede hacer referencia la parte si no es al todo?

TEETETO.-Al menos a la suma.

SÓCRATES.-Esta es una lucha sin cuartel, Teeteto, ¿.No es verdad que una suma puede considerarse como tal cuando nada le falta?

TEETETO.-Necesariamente.

SÓCRATES.-¿Y no será realmente un todo aquello que en absoluto no carece de nada? Porque si es cierto que de algo carece. ¿cómo podría ser un todo o una suma? En ambos casos se acusaría la mísma falta?

TEETETO.-Ya me va pareciendo que no hay diferencia alguna entre la suma y el todo.

SÓCRATES.-¿No hemos afirmado acaso que en donde haya partes la suma y el todo no son otra cosa que la totalidad de las partes?

TEETETO.-Desde luego.

SÓCRATES.-Volvamos de nuevo a lo que yo pretendía hace un momento. Si las sílabas no son los elementos. ¿no es necesario que ellas carezcan de estos elementos como partes. o que, si son semejantes a ellos. se ofrezcan también cognoscibles en la misma medida que ellos lo son?

TEETETO.-Indudablemente.

SÓCRATES.-Pero para que eso no ocurriese. ¿no habíamos considerado a la sílaba diferente de los elementos?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Pues qué, si los elementos no son partes de la sílaba, ¿puedes hablar de alguna otra cosa que los sustituya y que no haya que calificar como elementos de aquella?

TEETETO.-De ningún modo. Porque si he de conceder, Sócrates, que la sílaba tiene partes. risible sería que prescindiese de los elementos para ir en busca de otros componentes.

SÓCRATES.-Queda completamente probada entonces, Teeteto, según esta argumentación, que la sílaba es una forma única e indivisible.

TEETETO.-Parece que sí.

SÓCRATES.-¿Y no recuerdas, querido amigo, que hace muy poco tiempo aceptábamos como cosa excelente el hecho de que los llamados primeros elementos, de los que está compuesto todo lo demás, no exigen razón alguna porque en sí y por sí son algo simple? Porque ni aplicándoles el término «eso" tendríamos de ellos una expresión adecuada, ni refiriéndoles el término «eso ya que en este caso la denominación afectaría a algo diferente y extraño a los elementos. He aquí, pues, una causa que les haría irracionales e incognoscibles.

TEETETO.-Sí,ya hago memoria.

SÓCRATES.-Por consiguiente, es esta u otra la causa que procura a los elementos su uniformidad y su indivisibilidad? Yo, desde luego, no alcanzo a ver otra.

TEETETO.-Y a mí no me parece que la haya.

SÓCRATES.-¿No caerá la sílaba en el mismo orden que los elementos y adoptará la misma forma que ellos, supuesto que carece de partes y es una forma única?

TEETETO.-Completamente.

SÓCRATES.-Supongamos que la sí1aba se compone de varios elementos y que es un todo del que son partes esos mismos elementos. Entonces, no cabe duda, las sílabas serán cognoscibles y expresables. al igual que lo son aquellos, ya que, al fin y al cabo, la totalidad de las partes se muestra idéntica al todo.

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-Pero supongamos, por el contrario, que es una e indivisible. En ese caso, naturalmente, la sílaba, lo mismo que el elemento, será irracional e incognoscible. Porque la misma causa produce siempre los mismos efectos.

TEETETO.-Nada tengo que refutar.

SÓCRATES.-No podremos aceptar, por consiguiente, que se estime la sí1aba como cognoscible y expresable, y que se diga todo lo contrario del elemento.

TEETETO.-Claro que no, cuando menos si admitimos la tesis expuesta.

SÓCRATES.-Pues qué, si te diesen la explicación contraria, ¿no la recibirías acaso con el máximo calor por aquello de que eres dueño de ti mismo en el aprendizaje de las letras?

TEETETO.-¿A qué te refieres?

SÓCRATES.-Quiero decir que en el curso de tu aprendizaje no tienes otro objetivo que el de discernir distintamente los elementos por sí y de modo separado, tanto por la vista como por el oído. ¿No está claro que así no te desconcertará su disposición, lo mismo si se trata de la dicción que de la escritura?

TEETETO.-Afirmas una gran verdad.

SÓCRATES.-Del que terminó felizmente el aprendizaje de la cítara, ¿qué podemos decir si no es que puede seguir con el oído cada sonido e incluso indicar qué cuerda lo ha emitido? Todos concederán que estos son, precisamente, los elementos de la música.

TEETETO.-Nada se opone a ello.

SÓCRATES.-Por tanto, si ha de contar nuestra experiencia con respecto a los elementos y a las sílabas, y si conviene además que sea este el punto de partida para todo lo que resta, mucha más claridad ofrecerá el género de los elementos en orden al conocimiento que autoridad la propia sílaba para el aprendizaje completo de cada cosa. Si alguien se atreviese a decirnos que la sílaba es cognoscible y que el elemento, por natura1eza, no lo es, pensaríamos que de grado o por fuerza tiene ganas de divertirse.

TEETETO.-Enteramente.

SÓCRATES.-Aún podrían hallarse otras pruebas en apoyo de esto, por lo menos según yo creo. Pero no olvidemos, con todo, lo que ya nos habíamos propuesto, esto es, comprobar la eficacia de una razón que, unida a la opinión verdadera, da origen a la ciencia más perfecta.

TEETETO.-Precisaremos de esa comprobación.

SóCRATES.- Veamos primero qué es lo que se nos quiere significar con esa razón. Porque a mi me parece que encierra tres sentidos.

TEETETO.-¿Y cuáles son?

SÓCRATES.-El primero de ellos hacer manifiesto el propio pensamiento por medio del

sonido, articulado en verbos y nombres, y no de otro modo que en un espejo o en el agua, modelar la opinión en la corriente vocálica. ¿No te parece que esta podrá ser una razón?

TEETETO.-Yo no lo dudo. Y creo que, del que realiza esto, decimos que expresa esa razón.

SÓCRATES.-Posiblemente sea eso mismo lo que cualquiera puede hacer con más o menos

rapidez: dar a conocer lo que él opina sobre una cuestión, caso de que sea sordo y mudo de nacimiento. De esta manera, todos aquellos que formulan una recta opinión parecerán hombres cargados de razón. No habrá lugar. desde luego, a que se manifieste una recta opinión carente de ciencia.

TEETETO.-Así es.

SÓCRATEs.-Sin embargo, no reprochemos con facilidad, como si nada hubiese dicho, al que nos ha presentado la definición de la ciencia que comentamos. Quizá no pretendiese decir, lo que se le atribuye, sino más bien poder dar,a quien se la pidiese, una contestación que tuviese en cuenta los elementos.

TEETETO.-¿Cuál-es el sentido de tus palabras, Sócrates?

SÓCRATES.-Pues el mismo que el de Hesíodo al referirse a la Osa Mayor, cuando habla por ejemplo, de las "cien tablas del carro". Cierto que yo no podría decirlas, ni tú tampoco, y ya nos daríamos por contentos con precisar al que nos preguntase lo que es un carro, haciéndole mención de las ruedas, del eje, de la caja o del yugo.

TEETETO.-Naturalmente

SÓCRATES.-Quizá ese hombre pensase de nosotros otro tanto que el que, al preguntarnos sobre tu nombre, recibiese de nuestra parte una contestación por las, sílabas. Nos consideraría como dignos de lastima, pues que creemos enjuiciar rectamente y decimos todas esas cosas en el pensamiento de que somos gramáticos, y detentamos y ofrecemos, en calidad de gramáticos, la razón del nombre de Teeteto. Pensaría, cuando menos, que no hemos dado ninguna definición científica, por no haber recorrido el objeto a través de los elementos con la ayuda de la recta opinión. Esto es lo que habíamos aducido anteriormente.

TEETETO.-En efecto, ya lo habíamos hecho presente.

SÓCRATES.-También tenemos, pues, acerca del carro una recta opinión. Y ciertamente el que pueda recorrer la esencia del carro a través de sus cien piezas, habrá logrado una cosa importante: esto es, añadir la razón a la opinión verdadera, sustituyendo así su mero estado opinable por una técnica y una ciencia que explica la esencia del carro. De este modo, con un recorrido a través de los elementos, se ha conseguido circundar el todo.

TEETETO.-¿Y no te parece bien lo que dices, Sócrates?

SÓCRATES. Si a ti te lo parece, nada tengo que objetar, querido amigo. Pero ¿puedes aceptar que el recorrido de los elementos constituya la razón de cada objeto y que, en cambio, del recorrido de las sílabas o de formas todavía mayores nos deje privados de razón? Dame alguna contestación para que procedamos en seguida a su examen.

TEETETO.-Pero ¡si acepto lo que tú dices!

SÓCRATES.-¿Es acaso con el ejercicio del pensamiento como un hombre adquiere ciencia de un objeto cualquiera sobre todo cuando estima poder atribuir una misma cosa, tanto a un objeto como a otro, o cuando cree que, al mismo objeto puede corresponder tanto una cosa como otra?

TEETETO.-¡Por Zeus!, yo no lo considero así.

SÓCRATES.-¿Olvidas entonces que ya inicialmente, al aprender las letras, tú mismo y los demás hacíais lo que acabo de indicar?

TEETETO.-¿Quieres decir que en nuestra opinión a la misma sílaba puede corresponder tanto una letra como otra, y que a la vez una misma letra encaja en una u otra sílaba?

SÓCRATES.-Desde luego, eso es lo que quiero decir.

TEETETO.-No, ¡por Zeus!, no lo echo en olvido, y no creo haber aprendido tanto como ahora.

SÓCRATEs.-Pues qué, si, por ejemplo, alguien tiene que escribir la palabra «Teeteto» y piensa que le conviene escribir y escribe la primera sí1aba de este nombre, y queriendo escribir la palabra ((Teodoro}) estima que debe escribir y escribe 1a sílaba «Te, ¿diremos entonces que sabe de verdad la primera sílaba de vuestros nombres?

TEETETO.-Hace poco parece que estábamos de acuerdo en no admitirlo.

SÓCRATES.-¿Y qué nos impide extender el razonamiento a la segunda, a la tercera y a la cuarta sílabas?

TEETETO.-Nada.

SÓCRATES.-De ese modo, no cabe duda de que una vez recorridos todos los elementos uno a uno, escribirá «Teeteto» con recta opinión, siempre que adopte un orden para ello.

TEETETO.-Claro que sí.

SÓCRATES.-Según lo que decimos, ¿no habrá que considerar un ignorante al hombre en cuestión, aunque enjuicie rectamente?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Dispondrá, al menos, de una razón, junto con la recta opinión. Porque en el momento de escribir estaba seguro del recorrido a través de los elementos, y esa razón es la que movía nuestro acuerdo.

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-Hay entonces, querido amigo, una recta opinión, acompañada de razón, a la que no debemos llamar ciencia.

TEETETO.-Posiblemente.

SÓCRATES.-Explotamos, al parecer, la riqueza de un sueño, creyendo poseer la más verdadera razón de la ciencia. ¿O no mantenemos esta censura? Porque quizá no sea esta misma la definición escogida, sino la última forma de las tres, una de las cuales, según decíamos, se postulaba como definición racional para el que determina la ciencia por la recta opinión, acompañada de razón.

TEETETO.-Felices recuerdos me proporcionas; pero algo queda todavía por decir. Hablábamos en primer lugar del pensamiento como imagen vocálica; luego, de todo lo que ahora ha sido expuesto, esto es, del camino hasta el todo a través de los elementos.¿Que es lo que tú dejas para el final?

SÓCRATES.-Algo que la multitud expresaría así: el poder contar con alguna señal que distinga al objeto de todo lo demás.

TEETETO.-¿Y de qué objeto podrías darme una razón concluyente?

SÓCRATES.-Del Sol, si así lo deseas. Tú lo estimaras suficientemente precisado si se te dice que es el más brillante de los cuerpos que se mueven en el cielo y alrededor de la Tierra.

TEETETO.-Naturalmente.

SÓCRATES.-Pues he aquí una explicación más clara respecto a lo que afirmábamos hace un momento: dicen algunos que si captas la diferencia característica de un objeto, captas también su razón. Ahora bien: en tanto alcances solamente algo común, poseerás la razón de esos mismos objetos cuya comunidad percibes.

TEETETO.-Lo comprendo perfectamente; y a mí me parece que aquí se aplica de modo adecuado la palabra razón.

SÓCRATES.-Así pues, el que a la recta opinión acerca de los seres añade la diferencia característica, adquiere ya un verdadero conocimiento de lo que antes se forjaba una opinión.

TEETETO.-Asi nos expresábamos nosotros.

SÓCRATEs.-De veras, Teeteto, que ahora me encuentro plenamente como si me hubiese acercado a una pintura en perspectiva. Tan próxima veo la fórmula que, ciertamente, no doy con su sentido. Y sí, en cambio, me parecía tenerlo cuando la veía de lejos.

TEETETO.-¿Cómo es eso?

SÓCRATES.-Si soy capaz de explicarme, te lo diré. Acerca de ti tengo una recta opinión. Si le añado tu razón, entonces te conozco, si no, opino tan solo.

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Esa razón era la interpretación de tu diferencia.

TEETETO.-En efecto.

SÓCRATES.-Mas cuando únicamente opinaba no podía alcanzar a ver con el pensamiento en qué te diferenciabas de los demás.

TEETETO.-Naturalmente.

SÓCRATES.-Reflexionaba yo, pues, acera de los caracteres comunes, de los que tú tienes tanta participación como los demás.

TEETETO.-Por necesidad.

SÓCRATES.-Veamos, ¡por Zeus! ¿Y cómo es posible que en tal ocasión opine yo de ti y no de ningún otro?). Supón, por ejemplo, que yo hago este cálculo: ese es Teeteto, hombre que tiene una nariz, unos ojos, una boca y todos los demás miembros que le componen. ¿Hay razón acaso para que este pensamiento me lleve a imaginar a Teeteto o a Teodoro y no, como suele decirse, al último de los misios?

TEETETO.-¿Qué es lo que quieres decir?

SÓCRATES.-¿No habré de pensar que no solo tiene una nariz y unos ojos, sino justamente una nariz roma y unos ojos saltones? En tal coyuntura, ¿no recaerá en ti mi juicio con mayor motivo que en mí o que en otros hombres parecidos?

TEETETO.-De ningún modo.

SÓCRATES.-Y pienso que aun antes de formar una opinión sobre Teeteto, aun antes, digo, habrá de precisarse en mi mente la característica principal de su chatedad y su diferencia con todas las otras (extiendo esto, si quieres a los otros rasgos peculiares tuyos), de modo que, si te encuentro el día de mañana, pueda evocar en mí tu recuerdo y juzgar rectamente acerca de tu persona.

TEETETO.-Gran verdad, desde luego.

SÓCRATES.-¿Entonces, la recta opinión versará sobre la diferencia característica de cada objeto?

TEETETO.-Parece que sí.

SÓCRATES.-¿Qué representará, pues, la adición de la razón a la recta opinión? porque sí se nos da a entender con ello la adición de un juicio a esa diferencia característica, la explicación terminará por mover a risa.

TEETETO.-¿Cómo?

SÓCRATES.-Es asi que teníamos una recta opinión respecto a la diferencia característica del objeto con relación a los demás, y todavía se nos ordena que formulemos una recta opinión sobre esa misma diferencia. A este tenor, dar vueltas al escítalo, dar vueltas al mortero y a todas esas cosas que están en la boca de las gentes, resultarían verdaderas nimiedades al lado de aquella imposición. Sería más justo llamar a esto una instrucción de ciego. Pues ordenar que añadamos cosas que ya sabemos para aprender las que debemos juzgar, parece más bien una ciega bravata.

TEETETO.-Me dirás ahora qué es lo que te proponías enseñarme.

SÓCRATES.-Si esa adición racional de que hablamos, querido amigo, nos manda que conozcamos, pero no que formulemos una opinión sobre la diferencia, buen negocio haríamos al considerar esta razón como la más hermosa de todas las razones científicas. porque conocer, al fin y al cabo, no es otra cosa que apropiarse la ciencia. ¿No estás conforme?

TEETETO.-Sí.

SÓCRATES.-Por consiguiente, y según parece, ese hombre al que se le pregunte qué es la ciencia contestará que es la recta opinión acompañada del conocimiento de la diferencia. Esto sería, a su entender, la adición de la razón.

TEETETO.-Sin duda alguna.

SÓCRATES.-Es una completa simpleza; pues, que se nos diga a nosotros, que buscamos la Ciencia que esta no parece ser otra cosa que, la recta opinión con el conocimiento de la diferencia o de lo que queramos. En ese caso, Teeteto, la ciencia no podría ser la sensación, ni la recta opinión, y ni siquiera la razón que, por añadidura, viniese a unirse a esa opinión verdadera.

SÓCRATES.-¿Estamos entonces, querido, en trance de parto y ya de dar a luz con respecto la ciencia, o, por el contrario, nos encontramos libres de todo ello?

TEETETO.-¡POr Zeus!, Sócrates, que me has echo decir muchas más cosas de las que yo sabía.

SÓCRATES.-Pues ten en cuenta que en todo esto nuestra arte mayéutica dice que no se logra mas que viento y, en modo alguno, cosa que merezcan la pena.

TEETETO.-Ciertamente.

SÓCRATES.-Si después de lo que queda dicho, Teeteto, tratas de concebir o concibes realmente algo mejor, no cabe duda de que habrás a1canzado la plenitud de la ciencia, través de este examen. Pero si, en cambio permaneces vacío de todo, entonces será menos pesado para los que frecuentan tu trato e incluso más humano, porque ya no pensará que sabes lo que realmente no sabes. Ese es todo el poder de mi arte. Nada mas pretende ni me lleva tampoco a conocer lo que saben todos esos hombres, que fueron y aún son hoy grandes y admirables. ¡Ah!, pero este arte mayéutica, mi madre y yo lo hemos recibido de Dios; y ella lo emplea con las mujeres, en tanto yo hago uso de él con cuántos jóvenes nobles y hermosos existen. Ahora, sin embargo, debo comparecer en el Pórtico del Rey para contestar a la acusación de Melitos. Mañana, al romper el día, volveremos a encontramos aquí.

Tercera Parte
Teeteto