TEETETO
(PRIMERA PARTE)
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SÓCRATES, TEODORO, TEETETO
SÓCRATES.-Si yo tuviese en más estima a los de Cirene. Teodoro, te preguntaría por ellos y por sus cosas y trataría dc saber si entre los jóvenes de allí hay algunos que demuestran interés por la geometría o por algunas ramas de la filosofía. Pero es bien cierto que no les tengo en tanto aprecio como a los de aquí, de ahí que me preocupe más averiguar cuales de nuestros jóvenes están en condiciones de sobresalir. Esto es lo que pretendo indagar en la medida de mis fuerzas y por ello interrogo a todos aquellos con los que nuestros jóvenes tienen relación. No pocos, y con justicia. viven ligados a ti, entre otras cosas por tu honrosa condición de geómetra. Si, pues, has encontrado entre estos a alguno digno de alabanza, sería grato motivo que me informases de el.
TEODORO.-Creo en verdad, Sócrates, que podrás dispensar favorable atención a mis palabras si te hablo de las condiciones de un adolescente de tu ciudad. Si realmente brillase por su hermosura, temería prodigar con exceso mi oratoria, no fuese que yo pareciera estar deseoso de él. Pero no es este el caso (y no siento aflicción por ello), pues realmente no es hermoso. Por su nariz chata y sus ojos saltones tiene cierta semejanza contigo. aunque esos rasgos los presente menos acentuados que tú. Hablo sin recato alguno, ya que, de todos cuantos he encontrado hasta ahora (y he tenido ya relación con muchísimos), no he visto a ninguno que disfrutase de una naturaleza tan maravillosa. Fácil para aprender, cual ningún otro, y con una dulzura sin igual, posee también un valor con el que aventaja a todos. Tengo para mi que no se ha dado otro ejemplo como el, ni creo que llegue a darse. Pues quienes poseen su agudeza, su sagacidad y su memoria se inclinan con mucha mayor facilidad hacia la cólera y se ven llevados a bandazos como navíos sin lastre, dominados más por el extravío que por el valor. Y aun aquellos que pasan por más serios tienen una inclinación hacia los estudios mucho mas ahíta de indolencia y de olvido. Este, en cambio, se comporta tan sencilla, lisa y eficazmente en sus estudios y demuestra tal mansedumbre en sus indagaciones que más semeja el fluir silencioso del aceite, pues hasta tal punto es digna de admiración, en un joven de tal edad, esa manera de conducirse.
SÓCRATES.-Venturosa nueva. Mas ¿de qué conciudadano nuestro es hijo?
TEODORO.-Me quedé con su nombre, pero nada más sé de él. Sin embargo, ahí le tienes, en medio de todos esos que se acercan. Sin duda, tanto él como sus compañeros acaban de ungirse de aceite en el lugar de las carreras y, una vez terminada la unción, vienen ya hacia aquí. Obsérvale y dime si le conoces.
SÓCRATES.-Sí, le conozco. Se trata del hijo de Eufronio de Sunion, un hombre, querido, de las características que tú ves en su hijo, especialmente considerado y que ha dejado una herencia muy saneada. Desconozco, no obstante, el nombre del adolescente.
TEODORO.-Su nombre es Teeteto, Sócrates, y su hacienda, a lo que parece, fue dilapidada por algunos tutores suyos. Sin embargo, Sócrates, aun en lo referente a cuestiones de dinero es hombre de espíritu muy liberal.
SÓCRATES.-Hombre bien nacido querrás decir. Pídele que se siente a nuestro lado.
TEODORO.-Dicho y hecho. Teeteto, acércate hasta Sócrates.
SÓCRATES.-Perfectamente, Teeteto, pues así podré contemplarme a mi mismo y ver mi propio rostro; ya que Teodoro afirma que se parece al tuyo. Ahora bien: supón que cada uno de nosotros tuviese su lira y que él las estimase acordes, ¿prestaríamos inmediata aprobación a sus palabras o examinaríamos si tiene merecimientos para hablar de música?
TEETETO.-Procederíamos a tal examen.
SÓCRATES.-Y daríamos crédito a sus palabras si le comprobásemos con sentido musical; de otro modo, esta fe ya no tendría objeto.
TEETETO.-Naturalmente.
SÓCRATES.-Pienso ahora que si algo nos importa la semejanza de rostros, hemos de considerar si habla o no como un técnico en pintura.
TEETETO.-Eso me parece a mí.
SÓCRATES.-¿Admitimos que Teodoro sea pintor?
TEETETO.-Yo, por lo menos, no puedo admitirlo.
SÓCRATES.-¿Y geómetra?
TEETETO.-Eso, con toda certidumbre.
SÓCRATES.-¿Y astrónomo, calculador, músico y maestro, en fin, en lo relativo a la educación?
TEETETO.-Soy de esa opinión.
SÓCRATES.-Cuando dice, pues, que nuestros cuerpos tienen alguna semejanza entre si, sea para bien o para mal, no es digno en modo alguno de que le prestemos atención.
TEETETO.-Quiza no.
SÓCRATES.-Supón ahora que lo que alaba de uno de nosotros es la virtud y la sabiduría del alma. ¿No sería conveniente que aquel que escuchase esos elogios procurase examinar al ensalzado, y que este, por su parte, se mostrase dispuesto a descubrirse a sí mismo?
TEETETO.-Desde luego, Sócrates.
SÓCRATES.-Pues es llegado el momento, querido Teeteto, de que descubras tu alma y de que yo la examine. Y has de saber que Teodoro, hombre pródigo en alabanzas delante de mí a tantos y tantos extranjeros y atenienses, no ha hecho de ninguno el elogio que te acaba de dedicar a ti.
TEETETo.-Bien está, Sócrates; pero cuida que no te haya gastado una broma al decir todo eso.
SÓCRATES.-No acostumbra Teodoro proceder así. Por tanto, mal harás si rehúsas tu aprobación a sus palabras, aduciendo que no habla en serio. Con ello, solo lograrías que diese testimonio de ellas, sin que nadie, por otra parte, las pusiese en entredicho. Ten, pues, confianza y mantente en lo dicho.
TEETETO.-Deberé hacerla así, si tú te empeñas en ello.
SÓCRATES.-Vamos a ver, contéstame: ¿aprendes geometria con Teodoro?
TEETETO.-En efecto.
SÓCRATES.-¿Y también astronomía, armonía y calculo?
TEETETO.-Eso al menos procuro yo.
SÓCRATES.-Y yo hijo mío, no solo con este, sino con todos aquellos que estimo entendidos en alguna de esas disciplinas. Sin embargo, por muy mesurado que me muestre en todas las demás cosas, algo al fin me dejará perplejo, sobre lo cual quisiera tratar contigo y con los que aquí se encuentran. Dime, pues: ¿no consiste el aprender en volverse más sabio en aquello que se aprende?
TEETETO.-¿Cómo no?
SÓCRATES.-Yo, al menos, creo que los sabios son sabios gracias a la sabiduría.
TEETETo.-Naturalmente.
SÓCRATES.-¿Y acaso difiere esto en algo J de la ciencia?
TEETETO.-¿Qué cosas?
SÓCRATES.-La sabiduría. ¿O es que no somos conocedores de aquellas cosas en las que precisamente somos sabios?
TEETETO.-En absoluto.
SÓCRATES.-¿Son, por tanto, la misma cosa, la ciencia y la sabiduría?
TEETETO.-Si.
SÓCRATES.-He aquí lo que me llena de perplejidad y no acierto a comprender suficientemente: ¿qué puede ser la ciencia? ¿Encontraríamos una respuesta a esta pregunta? ¿Qué contestáis vosotros? ¿Quién de entré nosotros será el primero en hablar? El que cae en falta, una y mil veces, asno se sentará, como dicen los niños cuando juegan a la pelota. Pero el que hace el recorrido sin falta, ese será nuestro rey y dispondrá la cuestión a su antojo. ¿Por qué calláis? ¿Acaso es posible que me vuelva rústico con estos alardes dialécticos, deseoso como estoy de que germine, en nosotros un diálogo que afirme nuestra amistad y nuestro trato?
TEODORO.-En modo alguno, Sócrates, podría ser rústica esa solicitud, aunque lo que le conviene es interesar respuesta de alguno de estos jóvenes. Yo, desde luego, no tengo práctica de estos juegos dialécticos y, por mi edad, no sería capaz de adquirida. A esos jóvenes debe ofrecérsele con generosidad para su mayor provecho; pues el progreso, en todas las cosas, corresponde a la juventud. Prosigue preguntando a Teeteto, ya que has empezado por él y no le dejes de mano.
SÓCRATES.-Oye bien, Teeteto, lo que acaba de decir Teodoro. Pienso que no querrás desobedecerle y que además no sería justo que un hombre más joven, como tú, olvidase las enseñanzas de un hombre sabio. Danos, pues, una buena y generosa contestación: ¿qué cosa te parece ser la ciencia?
TEETETO.- Ya que así lo ordenáis, Sócrates, será preciso obedecer. Ahora bien, si yo me equivoco, vosotros mismos os encargaréis de rectificarme.
SÓCRATES.-Desde luego, si realmente somos capaces de ello.
TEETETO.-A mi me parece, en efecto, que con Teodoro puede aprenderse cualquier de de las ciencias que cito: la geometría y todas las que tu mencionabas hace poco. El arte del zapatero y, a la vez, las técnicas de los demás artesanos, tomadas en conjunto o una a una, no son sino ciencias.
SÓCRATES.-Buena respuesta, querido; te inquirimos una cosa y nos contestas con generosidad y esplendidez; en lugar de lo simple nos ofreces los abigarrado.
TEETETO.-¿Qué quieres decir con eso, Sócrates?
SÓCRATES.-Posiblemente, nada. Pero, no obstante, me explicaré mejor. Cuando te refieres a la zapatería, ¿quieres hablar de otra cosa que no sea la ciencia de hacer calzado?
TEETETO.-En modo alguno.
SÓCRATES.-¿Y qué es para ti la carpintería? Creo que la estimarás como la ciencia que enseña a fabricar objetos en madera.
TEETETO.-Eso mismo.
SÓCRATES.-En ambos casos lo que haces es definir el objeto de cada una de estas ciencias.
TEETETO.-En efecto
SÓCRATES.-Sin embargo, Teeteto, no era esto lo que se te preguntaba; no se trataba de saber cual es el objeto de la ciencia ni cuantas ciencias hay. La pretensión, al interrogarte, no consistía en que nos enumerases las ciencias, sino en saber lo que ellas es.
TEETETO.-Muy justo, desde luego.
SÓCRATES.-Pues sigue prestando atención. Supón que se nos interroga sobre algo intrascendente y fácil, por ejemplo, sobre lo que es el barro. ¿No sería ridículo que empezásemos a considerar si se trata del barro de los alfareros, o del de los constructores de hornos, o del de los que hacen los ladrillos?
TEETETO.- Indudablemente.
SÓCRATES.-Y lo sería si pensamos que la persona que interroga coincide con nuestra respuesta cuando hablamos del barro, bien añadiéndole esa noción de fabricantes de maniquíes o cualesquiera otros artesanos. ¿O juzgas que puede llegar a comprenderse el nombre de un objeto, si no se sabe lo que es el objeto?
TEETETO.-De ninguna manera.
SÓCRATES.-Así, pues, nada puede decirse de la ciencia del calzado cuando no se sabe lo que es la ciencia.
TEETETO.-A buen seguro.
SÓCRATES.-Está claro que nada podrá saberse sobre el arte del zapatero o de cualquier otro, si no se sabe lo que es la ciencia.
TEETETO.-Asi es.
SÓCRATES.-Ridícula respuesta se da, por tanto, a quien pregunta por la ciencia, cuando se le habla, en su lugar, de una cualquiera de las artes. Porque se nombra, en efecto, una ciencia determinada, pero no se contesta debidamente a la pregunta.
TEETERO.-Eso parece.
SÓCRATES.-Por otro lado, siendo posible una contestación intrascendente y breve lo que se hace es escoger un camino que no tiene fin. Así, en lo que concierne al barro, cabía contestar de una manera ligera y simple, diciendo, por ejemplo, que es tierra amasada con agua, sin preocuparse para nada de su empleo.
TEETETO.-Ahora si que veo clara la cuestión, Sócrates, y se parece mucho a las que nos ocupó hace un momento, cuando discutíamos tú y yo, mejor dicho ese Sócrates homónimo tuyo.
SÓCRATES.-¿A que te refieres Teeteto?
TEETETO.-Al hablarnos de las potencias, mostraba Teodoro que las de tres y cinco pies no son, en cuanto a su longitud, simétricas a las de uno, extremo este que comprobaba al tratarlas una a una hasta llegar a la de diecisiete pies. Pero de aquí no pasaba. Se nos ocurrió pensar entonces, puesto que el número de potencias aparecía como infinito, que convendría unirlas en una sola, con la cual pudiese designarse a todas ellas.
SÓCRATES.-¿Y encontrasteis el término adecuado para esa designación?
TEETETO.-Yo creo que si; pero tú podrás confirmarlo.
SÓCRATES.-Explícate.
TEETETO.-Consideramos al número todo él de dos modos: el que cabe expresar en un producto de igual por igual y que representamos por la figura del cuadrado, dándole el nombre de cuadrado y equilátero.
SÓCRATES.-Bien dices, en verdad.
TEETETo.-El número que aparece intermedio entre los de este grupo, como, por ejemplo, el tres, el cinco, y todo aquel que no puede expresarse en un producto de igual por igual, sino en un producto de mayor por menor o de menor por mayor, lo representamos siempre por una figura de lados desiguales, o lo que es lo mismo por la figura de un rectángulo, denominándole, por tanto, número rectangular.
SÓCRATES.-Excelente. Pero veamos en qué para esto.
TEETETO.-Todas las líneas que constituyen un número cuadrado, de lados iguales y plano, son consideradas por nosotros como longitudes. Todas aquellas otras que constituyen un cuadrado producido por dos factores desiguales, las llamamos potencias, ya que, si las miramos según su longitud, no parecen proporcionadas a las primeras, pero si, en cambio, desde el punto de vista de las superficies. Otro tanto razonamos para los sólidos.
SÓCRATES.-Nada más cierto, hijos míos. Ahora creo en verdad que Teodoro no podrá ser acusado de falso testimonio.
TEETETO.-Realmente, Sócrates, lo que tú cuestiones sobre la ciencia no cabría contestarlo con los argumentos aducidos para la longitud y la potencia. Y esto es lo que me parece que tú buscas; de modo que ya tienes de nuevo a Teodoro convertido en un mentiroso.
SÓCRATES.-¿Pues qué? Supón que te hubiese ensalzado como corredor y que afirmase no haber encontrado otro que te aventajase, ¿piensas que sería menos verdadero el elogio por el hecho de que te venciese en la carrera un competidor en la plenitud de las fuerzas?
TEETETO.- Yo, al menos, no lo pienso así.
SÓCRATES.-¿Crees entonces, como decía yo hace un momento, que la ciencia sea un descubrimiento sin importancia, al que no interesan en modo alguno los espíritus privilegiados?
TEETETO.-No, ¡por Zeus!, a mi juicio debe contar con los espíritus privilegiados.
SÓCRATES.-Confía, pues, en ti mismo y piensa que Teodoro está en lo cierto. No cejes en nada en tu propósito y procura dar razón de lo que es la ciencia.
TEETETO.-Toda mi buena voluntad, Sócrates, estará a prueba
SÓCRATES.-¡Adelante!, ya que tú mismo nos das hábilmente la pauta para ello. Intenta si acaso tomar como modelo la contestación sobre las potencias y, al modo como entonces comprendías su plura]idad bajo una forma única, busca también una razón para la pluralidad de las ciencias.
TEETETO.-Pues debes saber, Sócrates, que ya muchas veces me entregué a tales consideraciones, movido ciertamente por el eco de tus preguntas. Pero ni he podido convencerme a mi mismo de manera suficiente de lo que digo, ni hallar en las respuestas que oigo la exactitud que tú buscas, ni, por ejemplo, alejarme de esta preocupación.
SÓCRATES.-Parece, querido Teeteto, que, sufres los dolores, no del vacío, sino de lo lleno.
TEETETO.-No podría decírtelo, Sócrates: te hablo solamente de lo que yo experimento.
SÓCRATES.-Vamos a ver, risible muchacho: ¿no has oído decir que soy hijo de una comadrona llamada Fenareta, bien noble e imponente?
TEETETO.-Sí, lo he oído.
SÓCRATES.-¿Y te has informado también de que yo ejerzo ese mismo arte?
TEETETO.-En modo alguno?
SÓCRATES.-Pues quede constancia de ello, aunque no quisiera que me acuses ante los demás. Bien ajenos están, querido, a mi dominio de este arte, y ellos, que realmente no saben nada, no dicen esto mismo de de mí, sino que soy un hombre extraño, que deja a los otros en la incertidumbre. ¿O no has oído decir esto?
TEETETO.-Sí, desde luego.
SÓCRATES.-¿Quieres que te diga el motivo?
TEETETO.-De muy buen grado.
SÓCRATES.-Recuerda por un momento las costumbres de las comadronas y fácilmente comprenderás lo que quiero decirte. Sabes, sin duda, que no se dedican a este menester las mujeres que todavía pueden concebir y dar a luz, sino las que ya no son capaces de engendrar.
TEETETO.-Desde luego.
SÓCRATES.-Artemis, según se dice, pasa por causante de esto, y aun sin haber tenido hijos es ella la que preside los partos. Sin embargo, no concedió este poder a las mujeres estériles, ya que realmente la naturaleza humana es demasiado débil para dominar un arte del que no tiene experiencia. Solo, pues, le encomendó esta tarea a las mujeres que, por la edad, ya no pueden engendrar, honrando así en ellas su imagen.
TEETETO.- Verosimilmente.
SÓCRATES.-¿Y no será conveniente y necesario antes que hablar de las mujeres capaces o no de engendrar, referirse sobre todo a las comadronas o a las otras?
TEETETO.-En efecto.
SÓCRATES.-Ciertamente, las comadronas saben aplicar drogas y fórmulas mágicas para despertar los dolores del parto o hacerlos más suaves, a discreción; incluso llevar a buen fin los partos mas difíciles y, si les parece conveniente, hacer abortar, producir efectivamente el aborto.
TEETETo.-Así es.
SÓCRATES.- Te habrás dado cuenta, además, de que son ellas las más hábiles casamenteras, poseen una especial sabiduría para reconocer qué mujer debe unirse a qué hombre para la procreación de los mejores hijos.
TEETETO.-Nada sabía de esto.
SÓCRATES.-Pues créeme, alardean más de esto que de saber cortar el cordón umbilical.¿Y tu que opinas? ¿estimas que es propio del mismo arte cuidar y recoger los frutos de la tierra y conocer que planta y qué semilla debe arrojarse en una determinada tierra?
TEETETO.-No, no creo que pertenezca al mismo arte.
SÓCRATES.-Cuando se trata de la mujer, querido, ¿piensas que ese arte es diferente del que supone la recogida?
TEETETO,-No es verosímil.
SÓCRATES.-C1aro que no lo es. Y comoquiera que esa unión ilegal y sin arte de hombres y mujeres, a la que se da el nombre de prostitución, es de hecho indeseable, también se ha producido la aversión contra personas tan dignas como son las comadronas. Temen ellas, en efecto, caer en esa suposición por la práctica de su arte, cuando realmente es a las comadronas, y únicamente a estas, a las que corresponde el trato casamentero.
TEETETO.-Así parece.
SÓCRATES.-Pues bien: si hasta ahí llega la tarea de las comadronas, no menor es la mía. Porque no ocurre con las mujeres que, unas veces den a luz de manera ficticia y otras de manera real, y que esto no sea fácil de discernir. Si así fuese, el mayor y más importante trabajo de las comadronas sería el de distinguir lo verdadero de lo que no lo es. ¿O no lo crees así?
TEETETO.-Yo, por lo menos, así lo creo.
SÓCRATES.-Mi arte mayéutica tiene seguramente el mismo alcance que el de aquellas, aunque con
una diferencia y es que se practica con los hombres y no con las mujeres,
tendiendo además a provocar el parto en las almas y no en los cuerpos. La mayor
atracción de este arte es que permite experimentar a todo evento si es una
imagen falsa, fecunda y verdadera, la que engendra la inteligencia del joven. A
mí me ocurre con esto lo mismo que a las comadronas: no soy capaz de engendrar la
sabiduría, y de ahí la acusación que me han hecho muchos de que dedico mi
tiempo a interrogar a los demás sin que yo mismo me descubra en cosa alguna,
por carecer en absoluto de sabiduría, acusación que resulta verdadera. Mas
la causa indudable es esta: la divinidad me obliga a este menester con mi
prójimo, pero a mi me impide engendrar. Yo mismo, pues, no soy sabio en
nada, ni está en mi poder o en el de mi alma hacer descubrimiento alguno. Los que
se acercan hasta mí semejan de primera intención que son unos completos
ignorantes, aunque luego todos ellos, una vez que nuestro trato es más asiduo, y que por
consiguiente la divinidad es es más favorable, progresan con maravillosa
facilidad, tanto a su vista como a la de los demás. Resulta evidente, sin embargo, que
nada han aprendido de mí y que,
por el contrario, encuentran y alumbran en si mismos esos numerosos y hermosos
pensamientos.