LIBRO IV DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO

Capítulo V
ACERCA DE LA VERDAD EN GENERAL

1. ¿Qué es la verdad?
Esta ha sido una pregunta hecha desde hace mucho tiempo. Y como es algo que todo el género humano busca o pretende alcanzar, no podemos menos que dedicar todos nuestros esfuerzos a examinar cuidadosamente en qué consiste, y de esta manera observar c6mo la distingue la mente humana de la falsedad.
2. Es una debida unión o separación de los signos, es decir, de las ideas o de las palabras
Así pues, me parece que la verdad, en la acepción correcta de la palabra, no significa otra cosa que la unión o separación de los signos, según que las cosas significadas por ellos estén o no de acuerdo entre sí. Y lo que la unión o separación de los signos significa aquí es lo que llamamos, por otro nombre, proposición. De manera que la verdad pertenece propiamente sólo a las proposiciones, las cuales son de dos clases: mentales y verbales; del mismo modo que hay dos
clases de signos habitualmente empleados, a saber: las ideas y las palabras.
3.
Qué constituye las proposiciones verbales o mentales
Para forjarnos una noción clara de la verdad resulta extremadamente necesario considerar la verdad del pensamiento y la verdad de las palabras, distinguiendo la una de la otra. Sin embargo, es muy difícil tratar de ellas por separado, ya que resulta inevitable, en el examen de las proposiciones mentales, hacer uso de palabras, y entonces los ejemplos que se den de pro- posiciones mentales dejan inmediatamente de ser puramente mentales y se convierten en verbales. Porque como una proposición mental no es sino una mera consideración de las ideas, despojadas de sus nombres, pierden la naturaleza de proposiciones puramente mentales en el mismo momento en que se convierten en palabras.
4.
Resulta muy difícil tratar de proposiciones mentales
Y lo que hace aún más difícil el tratar las proposiciones mentales y verbales por separado es que la mayor parte de los hombres, si no todos, utilizan palabras en lugar de ideas en sus pensamientos y razonamientos, al menos cuando el sujeto de sus meditaciones contiene ideas complejas. Lo cual significa una gran evidencia de la imperfección e incertidumbre de nuestras ideas de esa clase, y puede, si se considera de manera adecuada, servirnos de ejemplo sobre las cosas de las que tenemos ideas claras y perfectamente establecidas, y las cosas de las que no las tenemos. Porque si observarnos detenidamente la manera en que nuestra mente procede al pensar y al razonar, me parece que podremos darnos cuenta de que cuando nos formamos cualquier proposición en nuestra mente sobre lo blanco o lo negro, lo dulce o lo amargo, sobre un triángulo o un círculo, podemos enunciar, y con frecuencia lo hacemos, las ideas mismas en nuestras mentes, sin reflexionar sobre sus nombres. Pero cuando queremos considerar o establecer proposiciones sobre las ideas más complejas, como las de hombre, vitriolo, fortaleza o gloria, generalmente ponemos el nombre en lugar de la idea. Porque como las ideas que esos nombres significan son, en su mayor parte imperfectas, confusas e indeterminadas, reflexionamos sobre los nombres mismos, dado que éstos son más claros, más ciertos y ocurren más fácilmente a nuestros pensamientos que las ideas mismas. Y de esta manera, resulta que empleamos estas palabras en lugar de las ideas mismas, aun cuando nuestro propósito sea el de meditar y razonar con nosotros mismos y el de establecer proposiciones mentales tácitas. En las sustancias, según ya hemos aclarado, esto tiene lugar por la imperfección de nuestras ideas que nos obliga a tomar el nombre en lugar de la esencia real, de la que no tenemos ninguna idea. En los modos, esto se debe al gran número de ideas simples que se unen para formarlos. Pues como la mayor parte de ellos son muy compuestos, el nombre ocurre mucho más fácilmente que la idea compleja misma, la cual requiere tiempo y atención para ser recordada y para ser presentada de manera exacta a la mente-, incluso en aquellos hombres que previamente se hayan tomado la molestia de hacerlo; y resulta totalmente imposible que lo logren aquellos que, aunque tienen en s» memoria la mayor parte de las palabras comunes de su lenguaje, nunca se han preocupado sin embargo, durante toda su vida, en considerar qué ideas precisas son las que significan la mayor parte de las palabras. Por el contrario, han tenido suficiente con algunas nociones confusas y oscuras; y a muchos que hablan con gran elocuencia de la religión y de la conciencia, de la iglesia y de la fe, del poder y del derecho, de la obstrucción y de los humores, de la melancolía y de la cólera, quizá les quedara muy poco en sus pensamientos y meditaciones, si uno les sugiriera que pensaran solamente en las cosas mismas, y que dieran de lado a esas palabras con las que tantas veces confunden a los demás y, en más de una ocasión, a sí mismos.
5. Las proposiciones mentales y verbales están contrastadas
Pero para volver a la consideración de la verdad, digo que es preciso que diferenciemos las dos clases de proposiciones que somos capaces de hacer:
Primero, las mentales, en las que las ideas se unen o se separan en nuestro entendimiento, sin que empleemos las palabras, según que la mente perciba el acuerdo o desacuerdo o lo juzgue.
Segundo, proposiciones verbales que son palabras, signos de nuestras ideas, unidas o separadas en frases afirmativas o negativas. Por esta manera de afirmar o negar, estos signos, formados por sonidos, son, por así decirlo, unidos o separados el uno del otro. De tal manera que una proposición consiste en unir o en separar signos, y que la verdad consiste en unir o en separar aquellos signos, según que las cosas que signifiquen estén o no de acuerdo. 
6. Cuando contiene las proposiciones mentales verdades y cuando las contienen las verbales
La experiencia común puede explicar satisfactoriamente a cualquiera que la mente, al percibir o al suponer el acuerdo o desacuerdo de cualesquiera de sus ideas, coloca tácitamente dentro de sí misma una especie de proposición afirmativa o negativa, que es lo que yo he intentado reflejar con los términos de unión y de separación. Pero esta acción de la mente, que resulta tan familiar a cada pensamiento y razonamiento humano, puede ser concebida con mayor facilidad mediante la reflexión de lo que ocurre en nosotros cuando afirmamos o negamos, que mediante la explicación por las palabras. Cuando un hombre tiene en su mente la idea de dos líneas, por ejemplo, el lado y la diagonal de un cuadrado, diagonal que es de una pulgada de largo, puede tener, de la misma manera, la idea de la división de esa línea en un cierto número de partes iguales, v. gr., en cinco, diez, cien o mil, o cualquier otro número, y puede tener la idea de esa línea de una pulgada como divisible o como no divisible en partes iguales, de manera que cierto número de ellas sean iguales a la línea del cuadrado. Pero en tanto que perciba, crea o suponga que semejante especie de divisibilidad coincide o discrepa con su idea de esa línea, él, por así decir, unirá o separará esas dos ideas, es decir, la idea de esa línea y la de esa especie de divisibilidad, de manera que formula así una proposición verbal que es verdadera o falsa según que semejante especie de divisibilidad, una divisibilidad en tales partes alícuotas, esté o no realmente de acuerdo con esa línea. Cuando las ideas quedan de esta manera unidas o separadas en la mente, según que las cosas que significan estén de acuerdo o no, esto es a lo que yo llamo una «verdad mental». Pero la «verdad de las palabras» es algo más: consiste en afirmar o negar unas palabras las unas de las otras, según que las ideas que significan estén o no de acuerdo. Y esta verdad es de dos clases: o meramente verbal y frívola, de la cual trataré más adelante, o real e instructiva, que es el objeto de ese conocimiento real del que ya hemos hablado.
7.
Objeción contra la verdad real: según esto puede ser meramente quimérica
Pero aquí se puede originar de nuevo la misma duda sobre la verdad que apareció con respecto al conocimiento, y se podrá objetar que si la verdad no es nada más que el juntar o el separar palabras en las proposiciones, según que las ideas que signifiquen estén en acuerdo o en desacuerdo en la mente de los hombres, el conocimiento de la verdad no es una cosa tan valiosa como se piensa, ni merece la pena y el tiempo que se emplean en buscarlo, ya que, según esto, no tiene más sentido que el de la conformidad de las palabras con las quimeras de los cerebros humanos. ¿Qué sabemos, acaso, de las singulares nociones de las que están repletas las cabezas humanas, y de las extrañas ideas de que son capaces sus cerebros? Pero si nos quedamos aquí, deduciremos que no conocemos la verdad de ninguna cosa, a no ser del mundo visionario de nuestras imaginaciones; y no alcanzaremos ninguna verdad que no convenga igualmente a las arpías y a los centauros que a los hombres y a los caballos. Porque como estos ideas y otras semejantes las podemos tener en nuestras cabezas, y pueden tener ahí su acuerdo o desacuerdo, lo mismo que las ideas de los seres reales, de la misma manera resulta posible establecer proposiciones verdaderas sobre ellas. Y será una proposición en todo tan verdadera el decir que todos los centauros son animales como el afirmar que todos los hombres son animales, y la certidumbre de la una será tan grande como la de la otra. Pues en ambas proposiciones las palabras han sido juntadas según el acuerdo en nuestra mente de las ideas, y el acuerdo de la idea de animal con el de la idea de centauro es tan claro y evidente para la mente como el acuerdo de la idea de animal con la de hombre; y de esta manera, las dos proposiciones resultan igualmente verdaderas, igualmente ciertas. Pero ¿de qué manera podemos hacer uso de semejante verdad?
8.
Se responde: la verdad real es sobre las ideas que están de acuerdo con las cosas
Aunque todo lo que se ha dicho en el capítulo anterior para distinguir el conocimiento real del imaginario podría resultar suficiente para contestar a esta duda, para distinguir la verdad real de la quimérica o, si se prefiere, de la puramente nominal, ya que ambas están basadas en el mismo fundamento, sin embargo, quizá no resulte ocioso considerar nuevamente aquí que aunque nuestras palabras no significan otra cosa que nuestras ideas, sin embargo, habiendo sido designadas para significar cosas, la verdad que contienen cuando forman proposiciones únicamente será una verdad verbal cuando signifiquen ideas en la mente que no tenga ningún acuerdo con la realidad de las cosas. Y, por tanto, la verdad, al igual que el conocimiento, puede ser dividida también en verbal y real; siendo tan sólo verdad verbal aquella en que los términos han sido unidos según el acuerdo o desacuerdo de las ideas que significan, sin pararnos a pensar si nuestras ideas tienen realmente, o son capaces de tener, existencia en la naturaleza. Pero, entonces, las proposiciones contendrán una verdad real cuando esos signos han sido unidos según el acuerdo de nuestras ideas, y cuando nuestras ideas son tales que sabemos que son capaces de tener una existencia en la naturaleza, lo cual no lo podemos saber en las sustancias, sino si sabemos que han existido.
9.
La verdad y la falsedad en general
La verdad es la expresión en palabras del acuerdo o desacuerdo de las ideas, tal como es. La falsedad es el resultado en palabras del acuerdo o desacuerdo de las ideas, de una forma diferente de como es. Y únicamente en tanto en cuanto estas ideas, expresadas de esta manera por medio de sonidos, estén de acuerdo con sus arquetipos, la verdad será real. El conocimiento de esta verdad consiste en saber qué ideas significan las palabras, y en la percepción del acuerdo o desacuerdo de esas ideas según estén representadas por palabras.
10.
Las proposiciones generales serán tratadas más detenidamente
Pero desde el momento en que se tienen a las palabras por los grandes conductos de la verdad y del conocimiento, y desde el momento en que hacemos uso de las palabras y de las proposiciones para comunicar y recibir la verdad y, generalmente, para razonar sobre ellas, trataré de investigar más detenidamente en qué consiste la certidumbre de las verdades reales contenidas en las proposiciones, y en qué ocasiones puede llegar a obtenerse esa certidumbre; asimismo, procuraré mostrar en qué clase de proposiciones universales somos capaces de obtener una certidumbre sobre su verdad real o su falsedad.
Y voy a empezar por las proposiciones generales por ser éstas las que más ocupan nuestros pensamientos y ejercitan nuestra contemplación. Las verdades generales son las que con más afán busca nuestra mente, ya que son las que más amplían nuestro conocimiento. Y también las busca por su amplitud, ya que inmediatamente nos satisfacen sobre muchas particularidades, amplían nuestra visión y reducen el camino hacia el conocimiento.
11.
Verdad moral y verdad metafísica
Además de la verdad tomada en el sentido estricto que acaba de mencionarse, hay otras clases de verdad: 1. La verdad moral, que es un hablar de cosas según la persuasión de nuestras propias mentes, aunque la proposición a que nos referimos no esté de acuerdo con la realidad de las cosas. 2. La verdad metafísica, que no es sino la existencia real de las cosas, según las ideas a las que hemos anexado sus nombres. Esto, aunque parece que consiste en el ser mismo de las cosas, sin embargo, cuando se considera un poco más detenidamente, evidencia que incluye una proposición tácita, por medio de la cual la mente une esa cosa particular a la idea que antes se había formado, al tiempo que le da un nombre. Pero como estas consideraciones sobre la verdad ya se han realizado antes, o, en otro caso, no son de gran importancia para nuestros actuales propósitos, será suficiente con la mención que aquí hemos hecho de ellas.

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